viernes, 10 de marzo de 2017

Hablemos de discriminación




Hoy fui a Mi Comisariato del Albán Borja, al igual que lo hago pasando un día desde hace 12 años.

Al entrar con mi hija mayor, el empleado de la puerta le hizo señas y le indicó que deje su bolso en uno de los casilleros. Lo ignoramos, seguimos caminando e hicimos nuestras compras, mientras pensaba en cuál era la diferencia entre la cartera de mi hija y la mía. Su cartera es estilo mochila, tejida con diseños indígenas, muy urbana como ella, y la mía es más grande, y, en el supuesto improbable de querer robarme algo, entrarían más cosas!

Es así como decidí que no dejaría pasar por alto este absurdo, y hablaría con el gerente para sugerirle que cagmbien esos métodos de seguridad que, además de no tener sentido por únicamente basarse en el “estilo” de la cartera, eran muy invasivos y discriminatorios.  

Se acercó el gerente y se presentó como G-R. Le pregunté si funcionaba el sistema de alarma “anti hurto” que tienen a la entrada y salida del local, y me dijo que sí, y agregó, que además cuentan con un sistema muy complejo y eficiente de cámaras de seguridad. Le pregunté cuál era el motivo entonces, de pedirle al cliente que deje su bolso en el casillero antes de entrar. Me contestó que si el cliente no quiere dejarlo no hay problema, pero al salir debía abrirlo para que se lo revise el guardia.

Le expliqué que no era mi caso, pero que irónicamente, mi cartera no fue el problema, y era el doble de grande que la “mochila” de mi hija, y que además, cualquier cosa que salga "sin pagar", seguramente activaría la alarma de la puerta. Entonces, ¿cuál es la necesidad de incomodar de esa forma al cliente? 

El señor G-R no tuvo respuesta, y me indicó que él no cuestionaba las políticas de seguridad de la empresa. 

Mi conversación no iba a terminar allí. Yo necesitaba que alguien con la responsabilidad del importante cargo de Gerente General, razonara conmigo y me diera una respuesta más satisfactoria que esa.

Le sugerí que en las reuniones de trabajo que seguramente tiene para revisión de procesos, análisis de ventas, etc., hiciera llegar mi inquietud, para que revisen estas “políticas de seguridad”, que considero invasivas y discriminatorias.

El señor  me contestó que él no es quién para cuestionar nada, y que ese no es su trabajo.

Me armé de paciencia y traté de razonar una vez más con él. Le dije que hoy en día, gracias a las redes sociales, todos podemos convertirnos en agentes de cambio, y le pedí que se imagine que pasaría si en poco tiempo somos cientos o miles los clientes que nos sentimos ofendidos, y decidimos, por ejemplo, no venir más a Mi Comisariato. El hombre me dijo que no importa, que vaya a la competencia. Ante eso, le hice ver que a la larga, podría afectarles tanto la pérdida masiva de clientes, que podrían hasta cerrar el negocio! Con una actitud infantil, y balanceándose de forma extraña, me dijo que no importaba. Le pregunte sorprendida: ¿No le importaría quedarse sin trabajo? … Y aquí viene la parte más increíble de esta anécdota. El hombre me contesta textualmente: “Mi familia, los G-R, tenemos suficiente dinero y negocios, así que no me preocupa lo que Ud. dice, yo no me voy a quedar sin trabajo”

Increíble que un gerente de una de las cadenas de supermercados más grandes del país se exprese así. Más increíble que a cargo de este señor estén tantas personas sin los recursos económicos de su familia, a los que indudablemente les afectaría quedarse sin empleo. Es que hay que ser demasiado inconsciente, para no darse cuenta que las pérdidas de una empresa que no sabe cuidar a sus clientes, paulatinamente afectará su productividad y en consecuencia la estabilidad de todos sus empleados.

Más increíble todavía, que estas políticas de seguridad vengan de una empresa, cuyos dueños llevan en su sangre judía, el recuerdo de una historia marcada por la intolerancia, la discriminación, los prejuicios, la mente cerrada. Increíble.

Así que ya saben, si cualquiera de nosotros, entra a Mi Comisariato con una cartera, que su equipo de seguridad considera “mochila subversiva", será inmediatamente etiquetado como sospechoso de robo. Aun cuando no suene la alarma, ni sea pescado in fraganti robando, ni haya sido fichado con anterioridad. El personal de seguridad, con todo el despliegue de cámaras, filtros y sensores anti robo, invadirá su privacidad y meterá la nariz en su cartera para asegurarse de que allí adentro no hay ningún producto que no ha sido pagado.



¿Es esto normal? No, no es normal, tampoco creo que sea legal. Es una falta de respeto, es un atentado contra la dignidad.

Y para continuar con mi protesta, no volveré a Mi Comisariato, hasta que alguien de la empresa reaccione, me contacte, me conteste con lógica, se disculpe o me haga ver si estoy equivocada.


Detenernos a pensar en estos atropellos de nuestro día a día, es lo primero para generar un cambio. Lo segundo es levantar la voz y llegar a la consciencia colectiva. Alguien tiene que escuchar.