Hoy fui a Mi Comisariato
del Albán Borja, al igual que lo hago pasando un día desde hace 12 años.
Al entrar con mi
hija mayor, el empleado de la puerta le hizo señas y le indicó que deje su
bolso en uno de los casilleros. Lo ignoramos, seguimos caminando e hicimos
nuestras compras, mientras pensaba en cuál era la diferencia entre la cartera
de mi hija y la mía. Su cartera es estilo mochila, tejida con diseños indígenas, muy urbana como ella, y la mía es más grande, y, en el supuesto improbable de querer robarme
algo, entrarían más cosas!
Es así como
decidí que no dejaría pasar por alto este absurdo, y hablaría con el gerente
para sugerirle que cagmbien esos métodos de seguridad que, además de no tener
sentido por únicamente basarse en el “estilo” de la cartera, eran muy invasivos y
discriminatorios.
Se acercó el
gerente y se presentó como G-R. Le pregunté si funcionaba
el sistema de alarma “anti hurto” que tienen a la entrada y salida del local, y
me dijo que sí, y agregó, que además cuentan con un sistema muy complejo y eficiente de
cámaras de seguridad. Le pregunté cuál era el motivo entonces, de pedirle
al cliente que deje su bolso en el casillero antes de entrar. Me contestó que si el cliente no
quiere dejarlo no hay problema, pero al salir debía abrirlo para que se lo
revise el guardia.
Le expliqué que
no era mi caso, pero que irónicamente, mi cartera no fue el problema, y era el doble de grande que la
“mochila” de mi hija, y que además, cualquier cosa que salga "sin pagar", seguramente activaría la alarma de la puerta. Entonces, ¿cuál es la
necesidad de incomodar de esa forma al cliente?
El señor
G-R no tuvo respuesta, y me indicó que él no cuestionaba las políticas
de seguridad de la empresa.
Mi conversación no iba a terminar allí. Yo necesitaba que
alguien con la responsabilidad del importante cargo de Gerente General, razonara conmigo y me
diera una respuesta más satisfactoria que esa.
Le sugerí que en
las reuniones de trabajo que seguramente tiene para revisión de procesos, análisis de ventas, etc.,
hiciera llegar mi inquietud, para que revisen estas “políticas de seguridad”,
que considero invasivas y discriminatorias.
El señor me contestó que él no es quién para cuestionar nada, y que ese
no es su trabajo.
Me armé de
paciencia y traté de razonar una vez más con él. Le dije que hoy en día, gracias
a las redes sociales, todos podemos convertirnos en agentes de cambio, y le
pedí que se imagine que pasaría si en poco tiempo somos cientos o miles los clientes
que nos sentimos ofendidos, y decidimos, por ejemplo, no venir más a Mi
Comisariato. El hombre me dijo que no importa, que vaya
a la competencia. Ante eso, le hice ver que a la larga, podría afectarles tanto
la pérdida masiva de clientes, que podrían hasta cerrar el negocio! Con una actitud infantil, y balanceándose de forma extraña, me dijo que
no importaba. Le pregunte sorprendida: ¿No le importaría quedarse sin trabajo? … Y aquí
viene la parte más increíble de esta anécdota. El hombre me contesta
textualmente: “Mi familia, los G-R, tenemos suficiente dinero y
negocios, así que no me preocupa lo que Ud. dice, yo no me voy a quedar sin trabajo”
Increíble que un
gerente de una de las cadenas de supermercados más grandes del país se exprese
así. Más increíble que a cargo de este señor estén tantas personas sin los
recursos económicos de su familia, a los que indudablemente les afectaría quedarse
sin empleo. Es que hay que ser demasiado inconsciente, para no darse cuenta que
las pérdidas de una empresa que no sabe cuidar a sus clientes, paulatinamente afectará
su productividad y en consecuencia la estabilidad de todos sus empleados.
Más increíble todavía, que estas
políticas de seguridad vengan de una empresa, cuyos dueños llevan en su sangre
judía, el recuerdo de una historia marcada por la intolerancia, la discriminación, los prejuicios, la mente
cerrada. Increíble.
Así que ya saben, si
cualquiera de nosotros, entra a Mi Comisariato con una cartera, que su equipo de seguridad considera “mochila subversiva",
será inmediatamente etiquetado como sospechoso de robo. Aun cuando no suene la
alarma, ni sea pescado in fraganti robando, ni haya sido fichado con
anterioridad. El personal de seguridad, con todo el despliegue de cámaras,
filtros y sensores anti robo, invadirá su privacidad y meterá la nariz en su
cartera para asegurarse de que allí adentro no hay ningún producto que no ha sido
pagado.
¿Es esto normal?
No, no es normal, tampoco creo que sea legal. Es una falta de
respeto, es un atentado contra la dignidad.
Y para continuar
con mi protesta, no volveré a Mi Comisariato, hasta que alguien de la empresa
reaccione, me contacte, me conteste con lógica, se disculpe o me haga ver si
estoy equivocada.
Detenernos a
pensar en estos atropellos de nuestro día a día, es lo primero para generar un
cambio. Lo segundo es levantar la voz y llegar a la consciencia colectiva. Alguien tiene que escuchar.