jueves, 11 de diciembre de 2014

La estrellita navideña





Lo que más me gusta de la Navidad es que se pueden tapar los daños de la casa con adornos navideños y nadie se da cuenta. Por ejemplo, gracias a mi gran árbol lleno de luces y colores, pude por fin esconder creativamente una viga que asoma de la pared mordisqueada por una mascota fugaz.
Los filos de la madera destrozados de los muebles (también víctimas de las mandíbulas del labrador en crecimiento) pasan desapercibidos gracias a los renos, los soldaditos y las estrellas de la sala. Esa es la magia de la Navidad.

Y como ese espíritu navideño que se oye y lee por todos lados se me contagió un poco, decidí que al arbolito le faltaba estar coronado por una hermosa estrella, y empecé a pedirle al más alto de la casa que la ponga. Tonta yo, luego de 22 años juntos ya debía saber que los arreglos de la casa no se le pueden pedir con el encanto navideño en la voz a alguien tan relajado, así que luego de semanas sin estrella, decidí no perder la calma y ponerla yo sola. ¿Qué tan difícil podía ser?

El árbol está pegado a una ventana y alado de un murito de poco menos de 1 metro de alto y 40 cms de ancho. Me trepé al muro, y mientras equilibraba con una mano en la ventana y sostenía con la otra la pistola de silicón, intenté pegar en el techo la estrella que colgaba de mis dientes, con tan mala suerte que se me resbala la mano de la ventana y veo pasar mi vida en 3 segundos.

Alcancé a saltar hacia el otro lado para no caer encima del maldito árbol y terminar con los foquitos de colores incrustados en el ojo, y caí de pie sobre el lindo tapete rojo que tengo debajo del árbol, y así, como cuando un mago saca el mantel de golpe para que no se le rieguen los menjurjes, así igualito parece que el Grinch me sacó el tapete, pero la diferencia es que yo sí me resbalé y fui a caer con todo el poder de mi peso sobre el filo sonriente de mi mesa de sala.

El impacto total fue en mi pierna derecha. No puedo explicar el dolor, pero mayor era la vergüenza de que alguien me vea tirada en el piso, retorciéndome y maldiciendo como poseída, con una pistola de silicón en la mano, una estrella en la boca y renos y PapaNoeles descabezados por todos lados, así que me levanté lo más rápido que pude y me alejé de la ventana cojeando como el jorobado de Notre Dame, pero bien digna.

El morado no se hizo esperar, se extendió a lo largo y ancho generosamente, y ahora luego de 4 días, ya está empezando a tener otros colores más navideños. Mi papá dice que agradezca que no soy 20 años mayor porque me hubiera quebrado un hueso, pero yo creo que hay que agradecerle a las libras de más, porque la verdad es que aquí mi fémur está a buen resguardo.


La mugrosa estrella quedó colgada sin pena ni gloria de una rama medio partida, y la verdad es que ahora mi pierna combina muy bien con los colores de la decoración.

Al final lo que más importa no es si tienes quien te cuelgue la estrella, sino quien te bese el morado con amor, comprensión y ternura, y al resto de la tribu reunida llorando de la risa imaginándose la escena. 

¡Ese es el verdadero sentido de la Navidad! 



miércoles, 12 de noviembre de 2014

Todos tenemos Super héroes



Un día bueno puede cambiar en un segundo, y depende de cada uno permitir que se compliquen las cosas y volverse una pesadilla. Yo lo permití.

Manejaba con un par de pequeños amiguitos en la transitada Urdesa a la hora pico de la tarde, mientras los instruía en mi buena música y cantábamos felices a todo pulmón.

Pasé el semáforo de la loma frente al Portón, y tuve que frenar a raya porque los otros carros también lo hicieron. Segundos después, así en la mitad de la calle, con una furia de pitos y de algunos Muévete-por-tu-valienta-madre, se bajó un tipillo del carro y se paró delante del mío haciéndome señas para que vea cómo supuestamente lo había chocado.

Tuve que estirarme del asiento para poder ver hacia abajo, porque el carro en cuestión era un auto chiquitito y la mía es una camioneta elevada, es decir, no había forma de haberlo chocado sin violarlo con el parachoques al conductor. Pero el hombre no se movía, insistiendo que “arreglemos” por el choque invisible.

Luego de convencerlo al subnormal ese de moverse medio metro para poder subirme en la vereda y dejar pasar a los cien carros que tenía destrozándome el tímpano, saqué la cabeza para ver alguna marca del choque en el carrito y nada, apenas se veía una rayita de 2 cms. como cuando el perro se para en la puerta para que lo trepen en el carro, así, y el osado pretendía convencerme de que eso lo hizo mi camioneta!

Poco amablemente le expliqué que no me iba a sacar ni un centavo por su farsa, así que mejor no perdiera el tiempo y se mueva, pero en lugar de convencerlo, hizo algo más increíble. Se acercó a la llanta, restregó varias veces el pantalón blanco hasta ensuciarlo, y metió la punta de su zapato de chulo debajo, puso los brazos sobre mi capot, como Quico cuando llora contra el muro, y gritó: Auxilio! Me atropelló! Me aplastó el pie! Policía!

Ante mi cara de indignación y mi pregunta: ¿Qué estás haciendo animal?, el tipo serenamente me contestó que esperaría al policía y yo tendría que pagarle por los daños del carro y el intento de asesinato!!

Como esos chantajes no funcionan conmigo, sobre todo por mi limpio récord en 20 años tras el volante y puntos en mi licencia para canjear un carro nuevo si fuera posible, y sin prueba alguna de choque, le dejé claro que esperaría sentada a que llegue el ejército si fuera necesario.

Mi instinto me dijo que pronto no podría seguir lidiando con eso sola, así que fue el momento ideal para llamar a Toñito y darle mis coordenadas.

Al ver que no iba a conseguir ni un centavo de mí, se le ocurrió algo más torcido al infeliz. Sacó a la mujer del carro y la paró alado de mi ventana, empujándola mientras le ordenaba que me pegue! No sé si fue mi cara de loca con el rímel chorreado, o haberle gritado con voz de poseída que le iba a pegar a él no a la mujer, o que en realidad la señora resultó ser más coherente, lo cierto es que me dijo que no estaba de acuerdo ni con el choque, ni con el intento de homicidio, ni con la paliza.

Pero fue demasiado tarde, porque ya habían despertado a la bestia que hay en mí, y mientras me hacía un moño para no darle chance de mechonearme al enemigo, y mandaba volando por los aires mis gafas y mis anillos tejidos para no mancharlos de sangre, llegó corriendo en ese momento mi Toñito para salvarme de estos estafadores.

El tipillo se hizo más diminuto cuando vio a mi héroe de 1.85 volverse loco por la burla que habían montado, por la rayita del carro que salió con baba, por los dos niños que tenía gritando en mi asiento de atrás, y por mi llanto que explotó cuando lo vi llegar.

El hombrecillo asustado llamó supuestamente a la Comisión de Tránsito (no sé qué tan común sea tener guardado ese número), y a los 2 minutos apareció un chico de unos 20 años con el disfraz de oficial de tránsito dos tallas más grande. Nos pidió la licencia y orgullosa se la dí.

El policía nos habló del procedimiento a seguir: Los dos carros en el canchón durante semanas, abogados, el juez, peritos y testigos, y yo sólo escuchaba dólares y más dólares, pero estaba decidida a que se lleven el carro y no darle gusto al estafador.  Fueron dos palabras claves que dijo el oficial las que acabaron con el show: Matrícula y SOAT. En ese instante hubo un silencio total, desaparecieron por 10 segundos todos, menos mi héroe que me miró con cara de terror y pude leer sus labios cuando me decía con mímica en cámara lenta: NO HE PAGADO LA MATRICULA NI EL SOAT.

Ahora yo quería matar al héroe por irresponsable.

El tipillo disque chocado tampoco andaba muy derecho, porque se puso pálido, se llevó a mi héroe a un lado, y le dijo que el arreglo no costaría más de $30 pero aceptó $20, con los que se subió contento a su carro de juguete y desapareció.

En resumen:
  •      El adolescente policía nunca hizo ningún parte ni nos obligó a cumplir los procedimientos de un supuesto choque, devolviéndome la licencia y desapareciendo para siempre al ver que le pagamos al cómplice.
  •      El tipillo estafador nunca sacó su licencia sino la de su esposa que no era la que manejaba y seguramente tampoco era su esposa, motivos suficientes para fregarlo yo a él.
  •       Ningún ciudadano se detuvo a ayudar, pero si filmaron todo divertídamente, así que no me sorprendería verme en las redes sociales o En Carne Propia muy pronto.   





Obviamente fui víctima de una estafa pre-navideña que me costó $20 y un surmenage el resto del día.

Finalmente, viviendo en este Guayaquil con pillastros por doquier,  es bueno saber que sí existen los Superhéroes y están allí para salvarnos cuando más los necesitamos. 

     El mío no tiene capa ni antifaz, pero sí lo que más me hace falta, Super poderes tranquilizantes de paciencia y amor.

        



lunes, 20 de octubre de 2014

Para la pequeña balletista



Era un domingo de esos muy raros que pasamos en el caluroso Guayaquil, sin nada que hacer, echados con el televisor prendido por gusto. Abrí mi Twitter y me puse a buscar alguna noticia interesante que me saque de ese letargo intelectual, y así fue que encontré el pedido urgente de sangre para una niña. El mensaje no tenía nada de particular, nada diferente a los cientos de mensajes parecidos que se leen por todos lados. Solo decía lo necesario en 140 caracteres: el tipo de sangre, la dirección y el nombre por quién preguntar, y sin embargo Toño y yo lo leímos al mismo tiempo y pensamos lo mismo, era un mensaje para nosotros. 

Al llegar a SOLCA, el primero que nos recibió mal fue el guardia de la puerta, diciéndonos que era imposible que paqueáramos adentro sin un pase especial, peor un domingo, y peor con ese calor, y que debíamos dejar el carro alláaaa a la vueltaaaaa donde nadie cuidaba carros y  regresar caminando como 6 cuadras bajo un maldito sol. Felizmente San George Washington hizo el milagrito y apareció de la nada un parqueo techado.

Ya en el edificio, nadie sabia nada. Luego de largos minutos de tonteo nos mandaron al segundo piso. Allí habían unas 10 personas paradas afuera de una puerta celosamente resguardada, era la entrada a terapia intensiva. El guardia nos dijo que llamaría a la persona indicada y desapareció. Luego de recordarle que seguíamos allí 20 minutos después, sacó la cabeza y nos dijo con cara de gil que la mamá de la niña había salido y que la busquemos por otro lado. Volvimos donde la recepcionista que nos mandó a otro edificio a preguntar si allí sabían algo. Llegamos, subimos las escaleras y tocamos varias veces el vidrio, el timbre, de nuevo el vidrio, hasta que 10 minutos después se nos ocurrió empujar la puerta y entramos. Adentro no había nadie a quien preguntarle algo. Al rato llegaron otras personas perdidas igual que nosotros, y mas tarde salió una mujer que se sentó muda en la recepción. Cuando le dijimos por lo que habíamos ido, nos contestó que los domingos no hacen extracciones y que regresemos el lunes, así, sin más. Había trabajado en mi paciencia desde que llegué, pero ya estaba al borde, así que le dije que el mensaje que leí decía clarito DE URGENCIA, y las urgencias no saben qué día de la semana es. En ese momento se viraron dos mujeres que estaban cerca escuchando, y una de ellas resultó ser la mamá de la nena. Luego de sonreír aliviada nos agradeció por haber ido, y nos pidió tímidamente que regresemos al día siguiente porque lo que se necesitaba eran plaquetas y no había nadie que haga las pruebas de compatibilidad en ese momento. 

Nos despedimos y alcanzamos a escuchar que se iban comprar una pinta de sangre al Hospital, así que las llevamos. Paramos antes en la Cruz Roja, pero fue por gusto, porque contrariamente a lo que creí, no venden ni regalan sangre, a menos que haya una orden firmada por el médico (al que no le gusta que lo molesten el domingo), y aun así es poco probable que la sangre del donante llegue a las venas de la persona a la que quiera donarle. Algo difícil de explicar y mas difícil de entender.

En el camino al Hospital supimos cómo funcionaban las cosas para Diana, esta joven mamá de la pequeña Ashley, quien a los cuatro años padecía de leucemia, detectada casi desde que nació. Le pregunté si era su hermana la otra mujer que la acompañaba, y resultó ser una desconocida que se acercó a ayudar como nosotros, y aunque no era compatible su sangre, llevaba en una fundita los $120, entre monedas y billetes arrugados, que pagaría por la pinta de sangre para la pequeña. Me dio vergüenza. Yo nunca he hecho algo así por un desconocido, peor en la joda económica que ya es costumbre. Pero esta señora era tan o más o humilde que Diana, se notaba que lo que estaba entregando, no le sobraba, sino que le faltaba, pero lo hacía con amor, retribuyendo lo que personas caritativas hicieron por su hijo cuando lo necesitó años atrás, sintiendo que así, poco a poco, algún día tendrá en medio de su dolor, el consuelo que necesita para aceptar su pérdida.

Entramos a buscar la sangre que necesitaban, y luego de pasar por un segundo guardia amargado, nos encontramos con una sala de espera medio vacía, al fondo un chico vestido de enfermero revisando su facebook sin molestarse en alzar la cabeza, y en una de las oficinas con la puerta entreabierta estaba una mujer que parecía ser la encargada, de esas a las que les encanta que le adivinen su título universitario, y si le dicen magíster, mejor. La mujer estaba hablando por teléfono, y aún cuando notó nuestra presencia, y sobre todo mi mirada que muy seguramente le quemaba la nuca, ni se inmutó y siguió contándole a su comadre Juana sobre el ramo de flores que el estúpido del marido le llevó a la vecina. 

Mientras tanto la pobre Diana caminaba de un lado al otro, preocupada porque dejó a su hijita dormida en el área de cuidados intensivos.

Estas cosas me enferman, la paciencia no aparece simplemente por contar del 1 al 10. Así que me puse alado de la oreja de la fulana y grité como en tienda: "A ver, ¿Hay alguien que me atienda, o estamos todos ocupaditossss en el chisme y la chacotada?"  Luego de cerrar el teléfono, le arranchó los papeles de la autorización a Diana, le gritó por un error en el orden de los apellidos (error que no fue de ella sino de la inepta de SOLCA), y me tiró la puerta de la oficina en la cara.  Esto es lo que reciben los familiares, como si no fuera suficiente con lo que viven con sus hijos, sus nietos, sus padres o sus hermanos con cáncer, también les toca lidiar con esto en la antesala del infierno.

Le pedí autorización a Diana para usar mis métodos con la seudo enfermera, pero no me lo permitió, y encima ella me consoló a mí cuando me dio un berrinche de impotencia! Segundo momento vergonzoso.

Salimos luego de casi dos horas de trámite, papeleo y ganas de jodernos de la fulana. En el camino de regreso veía en el asiento a esta chica de no mas de 25 años, sentada abrazada a esa hielerita llena de otra esperanza para su hija. El silencio era demasiado, así que le pregunté por el papá de la nena, tercer momento vergonzoso. Me contó que la abandonó, que no pudo aguantar tanta atención de ella hacia a su hija, que se sentía desplazado, desatendido, y en su bestialidad la imaginaba coqueteando con los guardias y los enfermeros, usando a su hija como pantalla. Vuelvo a tener sentimientos horribles, y contar números sigue sin servir.

El martes siguiente hicieron la extracción y unos días después la plaquetoféresis. Fueron unas semanas difíciles, con la nenita muy débil, algunos días con fiebre y durmiendo todo el día, y otros días algo animada pero aburrida en esas cuatro paredes heladas. 

Me enteré que quería ser balletista , así que le hice unos títeres y un cuento para que jugara y soñara.





Nunca la conocí, no me dejaron entrar a verla cuando le llevé su regalo, dijeron que solo podía entrar una persona, y ya estaba con su mamá. Nunca entenderé la insensibilidad de esa gente. En serio quise abrazarla y contarle historias y enseñarle la canción del elefante de orejas grandes, y reírnos, así como jugaba con mis tres Marías. Nunca pude hacerlo.

Seguí conversando con Diana y supe que la pequeña estaba lista para el trasplante de médula, y que tenía dos cordones umbilicales reservados para ella, más esperanza.  

Durante 1 mes le escribí preguntando por la nena y no recibí ninguna respuesta, hasta ayer. En su perfil del celular tenía una foto de un lazo negro con un mensaje: "Te recordaremos por siempre Ashley" 

Diana se quedó sin palabras para responderme y yo no tengo palabras para ella. No quiero consolarla, no puedo, no sé cómo, solo tengo una tristeza enorme por esa mamá y esa niña que lucharon juntas hasta el final. 

Debería creer que algún día conoceré a esta pequeñita que soñaba con poder bailar de puntillas, ojalá cuando me vea, ella pueda reconocerme.



miércoles, 30 de julio de 2014

Viajes y Recuerdos

“Una vez que has viajado, la travesía nunca termina, sino que es recreada una y otra vez a partir de vitrinas con recuerdos. La mente nunca puede desprenderse del viaje”. – Pat Conroy





Hemos ido y regresado al mismo lugar 6 veces los últimos 4 años, y nunca es igual, siempre hay algo nuevo que disfrutar y recordar. Así son nuestras aventuras, con nada planeado, a lo mucho el lugar donde dormiremos, y el resto se va viviendo.

Somos lo que yo llamaría pseudohippies, dormimos casi donde sea, siempre y cuando el baño esté limpio, la puerta del cuarto tenga seguro y las cortinas no sean traslúcidas; y comemos casi lo que sea, siempre que no tenga más de 4 patas ni haga ruido.

Caminamos, nos reímos, nos sentamos a ver el morado del cielo que luego se hace naranja y amarillo, celeste y blanco. Cogen olas, les tomo fotos, salen temblando de frío un par de horas después, y nos tomamos un café.

Mientras caminaba, vi de otro modo las viejas casas abandonadas. Siempre estuvieron allí, pero por alguna razón las vi diferente. Están destruidas, en ruinas, pero las veo hermosas. Me invento historias sobre quienes vivieron allí, cuál era el comedor y cuáles los cuartos, los secretos que compartían, las lágrimas que se secaban, las noticias, las risas, los sonidos y el olor, y quiero guardarlas en mi cámara porque siento que no quieren dejarse olvidar.




Mandela tenía razón: "No hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado, para darte cuenta cuánto has cambiado tú". 

Hace algunos años era todo mas sencillo, hasta en carpa dormíamos, pero últimamente, y sobre todo en este viaje, se nota que los años nos pasan la factura, porque veo que revolotean alrededor de las Tres Marías un poco de galarifos interesados en la conversación y la sonrisita y en pedirles el @ para seguirlas. Me aseguro de que no tienen pelos en la quijada, pero tampoco la voz tiene gallos, así que me intriga saber ¿qué les pasa a estos tipos, por qué le hablan a las bebes? Y mi tonta voz interior me recuerda que las bebes tienen 21 y 18, y que la de 15 parece la mayor de todas. Antes todo era mas fácil.

Aun así tengo la suerte de disfrutarlos a todos, levantándonos a las 4 de la mañana con ganas de empezar la aventura, el viaje en la carretera todavía oscura, poniéndonos apodos, riéndonos de los chistes repetidos de Toñito, oyendo mil veces la canción de turno, que en este viaje fue “Palisades Park”, y cuando la María de 21 me coge la mano en el carro y me dice “Mami, me encantan estos viajes nuestros”, sé que estamos haciendo las cosas bien.







viernes, 30 de mayo de 2014

Esto es para tí


18 años no se cumplen todo los días. Y no es que todos los años no sean importantes, pero de algún modo solemos tener más expectativas con ciertos años en particular. Empezamos con "El maravilloso 1 año", ese que ningún niño promedio recuerda, pero que los padres babosos celebramos con el "santo temático". Tengo que aceptar que me dejé llevar y caí tres veces. Luego vienen Los dulces 15s: leyenda urbana rosada con la que solíamos amenazar a nuestras hijas; y finalmente, los "Por-Fin 18".

No soy nueva en esto, pero me ha movido el piso que mi torrejita cumpla 18, sobre todo porque tiene cara de 16, y los mismos ojitos brillantes de cuando tenía 5.

¿Te acuerdas cuando se disfrazaban? Llevaba el baúl azul al cuarto y dejaba que inventen una historia de personajes rarísimos, como la cabeza de zebra con traje de Pocahontas y delantal floreado, o la princesa con tutú negro y cola muy larga. Luego presentaban la obra en la sala y orgullosos aplaudíamos.


Los pañuelitos planchados y la almohada calientita con relleno de avena te calmaban los dolores de las piernas, pero las dos sabíamos que mis manos mágicas eran las que te curaban.

Cuando tenías sueño me ibas a buscar al cuarto para que te cuente un cuento, eso sí, siempre inventado, y mi imaginación volaba hasta que te quedabas dormida y terminábamos al día siguiente.

Después se acabaron los cuentos, pero seguías pidiéndome que te acompañe a la cama y te de un beso de buenas noches.

Un día creo que estaba ocupada en algo que creía que era importante y te dejé dormir sin el beso. Me arrepiento tanto de eso porque el momento no se repitió, y extraño que me necesites para tener dulces sueños.




¿Te he dicho hoy que te amo? Hoy no se vale, es tu cumpleaños. Te lo dije ayer luego de retarte, y quiero decírtelo todos los días, sin que haya un motivo, solo porque sí, para que no lo olvides.

¿Me creerías si te digo que soy feliz cuando estás feliz? Por eso puedo quedarme horas sentada en la misma piedra con mi cámara viéndolos en el mar, guardando para siempre ese momento en el que te sientes inmensamente feliz, libre y amada, y yo me siento igual.



Hace poco me dijiste que ya no querías crecer. Crece mi amor, porque siempre seguiré haciéndote tus pancakes, dejándote en mi cama un espacio a mi lado, ayudándote con tus deberes, sobándote la pierna, y cuando quieras te cuento un cuento antes de dormir.




miércoles, 14 de mayo de 2014

Las Cascadas mágicas




La tribu está convencida de que un sábado sin olas es un sábado de excursión, así que desempolvo la Dora que llevo dentro y con mi fiel Botas marcamos una ruta en el mapa. El destino elegido fue “Las 7 Cascadas de Las Hayas”, impactante nombre.

La aventura empezó con un super Bolón de Tere en casa de nuestros compañeros de excursión, y después de quedar llenitos y con el corazón contento, salimos a las famosas cascaditas.

Llegamos a un lugar en donde tuvimos que dejar los carros, nos cobraron $1 a cada uno, le pidieron la cédula al que se consideraba más responsable del grupo, y así, sin recomendaciones, bendición ni nada, nos despidió la encargada.

Empezamos la caminata por un sendero de piedras rodeado de vegetación de un verde increíble, y el sonido incesante de algún bicho invisible. 

El camino se iba poniendo lodoso, y alguien del grupo perdió su zapatilla (sí, fue en zapatillas) la que nos tomó media hora encontrar.  

Reanudado el camino, y luego de descubrir que Botas y yo eramos los últimos del grupo, apuré el paso en los riachuelos, sorteando las piedras resbalosas y mojándonos sin remedio los zapatos.

Luego de media hora de caminata nos encontramos con dos senderos: el de la derecha cruzaba el río, y el de la izquierda nos internaba a la montaña. Los que ya habían ido antes y "conocían el camino”, nos llevaron por el de la izquierda, y a ninguno de nosotros se nos ocurrió acercarnos a leer el letrero que decía clarito: NO SE SALGA DEL SENDERO.


En alguna parte de la empinada subida hacia la copa de los árboles, las piernas empezaron a temblarme, y mi respiración peleaba con los latidos del corazón en la yugular para ver cuál se escuchaba más fuerte. 


Luego de subir durante los minutos más largos de mi vida y ver solo árboles y más árboles, los pilas que iban primero se dieron cuenta de la equivocación y empezaron a bajar porque no era el camino.

Cuando pasaron en fila india todos, y no estaban entre ellos las Tres Marías y nadie las había visto, me dió la blanca, y con ella el ataque de mi imaginación: ¿Y si se fueron por el río y están atrapadas entre las rocas? ¿Y si resbalaron por las cascadas y tienen algo fracturado? ¿Y si las atacó el sicópata del bosque?  Las pulsaciones en mi yugular indicaban que me iba a dar un infarto, así que recordando los consejos de toda abuela, me acosté con las piernas levantadas hasta que la sangre me volvió al cerebro.

Ya en pie, seguí el sendero del río, y pasé por las primeras tres cascadas y no aparecían las Marías.

De pronto atrás mío escuché gritos y por fin aparecieron las tres corriendo como locas! Después de la alegría de verlas, lógicamente vino la respectiva puteada por alejarse del grupo, y finalmente la pregunta ¿Dónde se metieron? Habían subido la montaña durante 40 minutos más, sortearon una culebra y se toparon con dos hombres con rifles (también ven ID y pensaron que serían Los Perversos del Bosque), que amablemente las guiaron por el camino correcto de regreso a las cascadas.




Seguimos entonces más tranquilos caminando con el agua hasta los tobillos, luego hasta la cintura, y por último hasta el cuello, y llegamos a una escalera clavada en las rocas, así que entiendo que debo subir.

No terminaba de agradecerle al buen samaritano que puso la cómoda escalera en medio de la nada, cuando llegué a una empinada pared más alta que la anterior, y sin escalerita!

Entre las raíces, las piedras y las arañas, se asomaban dos cuerdas donde el buen samaritano pretendía que me suba, ignorando mi deplorable estado físico.

Valentonada por el hecho de que todos nuestros amigos ya habían subido (uno de ellos casi 20 años mayor que yo), le hice caso a mi tonta voz interior que me decía: “Vamos, tu puedes”, y empecé a escalar, solo para darme cuenta, en la mitad del trayecto, que no encontraba dónde poner el pie izquierdo para impulsarme con el derecho, y me quedé colgada, con mi amado Botas unos metros más abajo gritándome “Por Dios, pase lo que pase no se suelte!”. Al principio pensé, este hombre me adora, pero luego entendí que en realidad tenía terror de que le caiga encima y lo arrastre directo a una vergonzosa muerte segura


Por fin, luego de las lágrimas y de maldecir a las cascadas y a la vieja de la entrada por no advertirme que tenía que bajar unas 30 libras y rejuvenecer 20 años para disfrutar el paseo, logré subir.

Y allí fue cuando admiré la Séptima Cascada! Todo un paraíso en medio de la nada. 

Me dejé caer en el agua y floté en el mágico momento, pensando en lo bueno que sería vivir allí, hasta que me trajo a la realidad el chorro helado de la cascada que me cayó en la cabeza, y empezó el dilema del regreso.

Por suerte ahora si leí otro letrero que decía “Regreso corto”, y casi rodando por la montaña llegué sin mucho drama. 

Por cierto, 1 kilómetro antes de la llegada, hay una cabañita de unas amables señoras que venden maduro asado con queso, enormes naranjas, y si se pide con tiempo, el mejor seco de gallina.




Regresamos a la casa sanos y salvos, con nuevas historias que contar, más lugares caminados y la riqueza de compartirlo juntos los cinco. Valen la pena los dolores de espalda, las picadas de bichos raros y la ropa encharcada, si al final regresamos todos juntos escuchando “Big Parade” acompañados de un hermoso atardecer. Eso sí, seguimos con gripe.



miércoles, 7 de mayo de 2014

Nuestro último Mundial de Surf




Casi un mes antes del mundial, se concentró a la selección ecuatoriana en un hotel de Salinas para los respectivos entrenamientos, y esta vez no permití que mis hijas se hospedaran sin mí en la habitación destinada a las mujeres del equipo. Estoy curada de espanto.

El equipo conformado por 12 seleccionados menores de 18 años (8 hombres y 4 mujeres) estuvo dirigido por un cuerpo técnico bastante grande: 1 sicólogo poeta, 2 entrenadores físicos, 2 técnicos de surf, 1 fisioterapista, 1 nutricionista, 1 masajista, 3 profesores de yoga, 1 camarógrafo, 1 fotógrafo y 1 team manager. Extenso equipo.

Entonces la pregunta del millón es ¿Por qué ningún adulto del cuerpo técnico multidisciplinario pudo detener a tiempo los graves abusos que cometió uno de los seleccionados? Ah, es que nunca los vieron, entonces voy a repasar lo que mi súper vista de rayos X y mis poderes extrasensoriales pudieron captar.

Todo empezó cuando al mayor de los seleccionados se le ocurrió que sería divertido escaparse del hotel, arrastrar con él a tres menores de 15 años, llevarlos a una discoteca-bar-karaoke, darles alcohol y regresar tambaleando pasadas las 2 de la madrugada. Para mala suerte del grupo, uno de los adultos del cuerpo técnico multidisciplinario, alertado por uno de los seleccionados que se rehusó a ir y al que el seudo-líder le robó una caja de preservativos para ir completamente armado a la discoteca-bar-karaoke, los descubrió in-fraganti cuando regresaban de su aventura. Para buena suerte del grupo, el adulto les creyó que llegaban del cine, y posiblemente sufra de sinusitis que le impidió percibir el olor a alcohol, tan fácil de confundir con el del canguil de cine a las 2 am.

Al no ser reportada esta indisciplina, el seudo-líder se sintió ingobernable, y volvió a escaparse el siguiente fin de semana, arrastrando a un nuevo grupo, esta vez sin ser descubierto por ningún adulto del cuerpo multidisciplinario, pero si pescado con fotos comprometedoras en las redes sociales, muy entrada la madrugada y con bastante alcohol de por medio.

El foco de su indisciplina entonces se centró en sus compañeros más pequeños y vulnerables. Sí así es, el famoso y tan palabreado bullying llegó a nuestra selección nacional. Pero, ¿Por qué los afectados no le dijeron nada a ningún adulto del cuerpo técnico multidisciplinario? Verán, así tan fácil no funciona la cosa, sino no existiría el bullying, así que sepan que hay que tener poderes mágicos para descubrirlo.

Era un día de playa con intenso sol, cuando vi llegar al bus de la selección. Todos bajaron uno por uno y caminaron bajo 40 grados de sol intenso por 400 metros de arena hasta el lugar del entrenamiento. Me llamó la atención ver al más pequeño del grupo, al que llamaré “Y”, quedarse al final con el peso de su mochila en la espalda y dos tablas debajo de los brazos.

Al final de la jornada de entrenamientos fui a recoger a mis hijas al hotel, cuando de pronto el pequeño “Y” se sube a mi carro, cierra la puerta con seguro, y me ruega quedarme con él hasta que lleguen sus padres a recogerlo. No me demoré mucho en convencerlo de contarme lo que estaba pasando: el seudo-líder había empezado sus abusos contra él. Si no le cargaba su tabla, si no obedecía, si le contestaba o si pedía ayuda, lo golpeaba, llenaba su mochila de arena y le rayaba con marcadores obscenidades  en la tabla. Una tarde lo había agarrado de los tobillos sumergiéndolo de cabeza en la piscina del hotel, tantas veces, que el pequeño al tragar agua y sentirse asfixiado me dijo que pensó que moriría.

Nadie del cuerpo técnico multidisciplinario escuchó sus gritos ni vio tal repulsiva escena, tampoco lo vieron cargar tablas que no eran suyas, ni caminar cabizbajo.
Hablé con su padre y me tocó impedir que masacre al seudo-líder, aconsejándole que mejor hablara seriamente con los entrenadores y les exija atención.

La descarga de mal comportamiento del seudo-líder se amplió y llegó a los entrenamientos: surfeando hacía lo que le daba la gana y no lo que le ordenaban; en las clases de yoga su cuerpo arrojaba sonoros e insoportables gases casi tóxicos; el hotel empezó a quejarse de su incivilizado comportamiento hacia sus empleados y bienes inmuebles; empezaron a desaparecer las pertenencias de sus compañeros, y las burlas siguieron subiendo de tono sin control alguno.

Por otro lado, vi en dos ocasiones como un miembro del equipo técnico multidisciplinario, le entregaba las llaves de la furgoneta donde se movilizaban los menores de edad, a una niña de 15 años que salió manejando hasta el hotel, y en otra ocasión, otro miembro del equipo técnico multidisciplinario le dio las llaves al seudo-líder para que le manejara su carro, cual chofer.

Con todos estos antecedentes, indisciplina, y nulo control, preocupada por mis hijas y los chicos que estaban sin padres en la concentración, empecé a quedarme más tiempo en la playa cerca de ellos.

Una mañana de entrenamiento en la playa, escuché un fuerte golpe y enseguida vi salir del agua con la tabla partida en dos a uno de los chicos, un jovencito de Manta que conozco hace años y le diré “Z”. Su padre es uno de los pocos fabricantes de tablas en el país, y ese fue un regalo que acababa de enviarle para que estrene en el mundial.
“Z” salió del mar aguantándose las ganas de llorar, con sus dos pedazos de tabla en las manos, cojeando, en medio de las carcajadas y burlas del seudo-líder.
Me acerqué a “Z” y vi que tenía lastimada la rodilla por el golpe, y cuando empecé a consolarlo por su tabla rota, estalló en un llanto incontrolable y casi no le entendí lo que me decía. Cuando pudo hablar, me dijo que no aguantaba ni un minuto más estar en el equipo, que solo quería regresar a su casa. Allí me enteré que desde hace semanas era otra víctima del seudo-líder, que encontró en el incidente de la tabla partida, una excelente oportunidad para darle rienda suelta a sus insultos, y entre sonoras carcajadas dejarle claro lo que para él valía la tabla, el padre que la hizo y el hijo que la rompió.

La playa estaba llena de gente, con el equipo técnico multidisciplinario casi completo. ¿Es que a nadie le importaba o yo era la única con súper poderes para darme cuenta de la situación?  

Fui directo donde el team manager que estaba a pocos metros conversando con el psicólogo poeta, y le dije lo que vi, comprometiéndolo a que pare inmediatamente los abusos del seudo-líder.

Lo que sigue me lo contaron. El team manager efectivamente habló con el seudo-líder, luego con todo el equipo, y les dio charlas del respeto, solidaridad y demás valores que se deben tener, pero que a estas alturas ya estaban demasiado perdidos.

No sé cuáles fueron los compromisos, si es que existió alguno, pero obviamente no fueron respetados, porque casi inmediatamente después del sermón, el seudo-líder arremetió con más odio contra “Z”, y se enfrentaron a puños y tablazos en la mitad de la playa. Esto me lo contaban los chicos de la selección cuando me parqueé en la playa a recoger a mis hijas, mientras en mi cabeza solo pensaba en tomar la decisión de sacarlas de ese ambiente tan hostil.

Pero las cosas dieron un giro inesperado. Una de mis hijas entró al carro llorando y diciéndome: “Mami, no lo aguanto más, a mí también me pegó”. Apenas recuerdo algo más de lo que me dijo en ese momento, solo salí del carro y lo encontré parado frente a mí. No pensé ni dudé, simplemente lo abofeteé y le dije que se había metido con las niñas equivocadas.

Finalmente el Team Manager tomó la decisión de sacar de la selección del mundial junior al seudo-líder, algo que levantó tempestades y trajo cola.
Algunos miembros del cuerpo técnico multidisciplinario no apoyaron la decisión, considerándola exagerada, y en lugar, pedían lo que consideraban justo: que mis hijas sean sancionadas y retiradas del mundial, ya que por ser menores de edad, deberán pagar los platos rotos de la “agresión física” que su madre propinó al seudo-líder.

Parece que su concepto de justicia no era el mismo que el del team manager, y las cosas quedaron así: el seudo-líder fuera del mundial, y la madre (o sea yo) privada de asistir a las concentraciones del equipo en el hotel, decisión que agradecí porque me libró de compartir con indeseables.

Antes de que el seudo-líder abandonara el hotel, los chicos revisaron su maleta y allí encontraron sus pertenencias extraviadas.

La armonía regresó al equipo a solo tres días de empezar el mundial. Los chicos por fin pudieron desahogarse, relajarse y disfrutar de esta única experiencia que recordarán siempre.  

Pero aquí no termina todo, parece que el presidente de la Federación Ecuatoriana de Surf no estuvo muy contento con la decisión, y en reunión de directorio de la semana pasada, decidieron sancionar a mis hijas por los bochornosos hechos ocurridos, y en virtud de evitar “actos violentos ajenos a nuestro espíritu deportivo”, prohibirlas de presentarse a las siguientes fechas nacionales de surf, misma sanción que le impusieron a su agresor.

Textualmente la resolución dice: “Frente al hecho inédito que ocurrió en la playa, sitio de entrenamiento del Seleccionado y como consecuencia de la necesidad de prevenir actos de violencia que nos son naturales de una actividad deportiva, el Directorio de la Federación Ecuatoriana de Surf resuelve la suspensión temporal de los deportistas, entendiendo que la madre de las deportistas es la representante legal y sus actuaciones afectan gravemente el entorno de la Federación Ecuatoriana de Surf, de sus selecciones y del ambiente que siempre debe tener espíritu deportivo ajeno a este tipo de conducta que lesiona la estructura deportiva que nos ha caracterizado.
Por unanimidad el directorio aprueba:
1. Suspensión temporal al Deportista (nombran al seudo-líder) y a las deportistas (nombran a mis hijas, no solo a la agredida a quien defendí, sino que para hacer más ridículo el show, a las dos) por ser menores de edad y su
2. representante la Sra. (yo) madre de las antes mencionadas deportistas, desde la presente Fecha del Circuito Nacional de Surf 2014, provisionalmente para precautelar la integridad y la seguridad en los eventos deportivos de la FES.
3. Que se notifique a las partes para que presenten sus descargos y apelación pertinente a estas medidas precautelares y suspensiones provisionales.
4. Que el Tribunal de Honor y Disciplina tome conocimiento de estas faltas reglamentarias para emitir las sanciones correspondientes”.

Mis hijas entonces, son sancionadas por ser agredidas y defenderlas. Pasan de ser víctimas a victimarias. El organismo que debe protegerlas no solo las condena, sino que perjudica irreparablemente su carrera deportiva, impidiéndoles competir y posicionarse en los primeros lugares del ranking nacional como lo han hecho desde hace 4 años. 

¿Algún interés de por medio? Definitivamente hay algunas jovencitas beneficiadas con esto, entre ellas la hija del presidente de la Federación Ecuatoriana de Surf, que por cierto, nunca fue sancionada cuando en medio de una competencia nacional, su padre invitó a pelear a mi esposo, y en una siguiente fecha volvió a realizar “actos de violencia que nos son naturales de una actividad deportiva” insultando y nuevamente invitando a pelear a otro padre de familia, de quien luego diría que es “su gran amigo”. Digo, si por ser menor de edad, la pobre niña debe pagar por los exabruptos de su representante, pues debió ser sancionada “para precautelar la integridad y la seguridad en los eventos deportivos de la FES”.

Tampoco fueron sancionados dos deportistas que en las últimas fechas de competencias nacionales, fueron protagonistas de “actos de violencia que nos son naturales de una actividad deportiva”, agrediendo verbalmente a los jueces, manifestando su inconformidad en las decisiones con gestos obscenos y uno de ellos incluso destrozando un letrero publicitario que estaba en la playa.  Los dos jóvenes en cuestión han seguido en las fechas nacionales, uno de ellos en campeonatos internacionales. ¿Qué pasó? ¿Estos no son “actos de violencia que nos son naturales de una actividad deportiva”, y en estos casos no es necesario “precautelar la integridad y la seguridad en los eventos deportivos de la FES”? A ver si me lo grafican para entender mejor.

El team manager parece tener la respuesta pero lastimosamente no señala culpables. En su informe disciplinario señala textualmente: “Toda esta situación es el producto de una falta de disciplina y correctivos al interior de la Selección Nacional y el haber permitido una falta de respeto total entre compañeros y compañeras de equipo”.  Descubrió el agua tibia, lastimosamente tarde, porque yo vengo cuatro años criticando lo mismo. Culpables son muchos, y entre ellos hay hartos cómplices mudos.


Por favor, hay que ser coherentes, menos Resoluciones de Directorio, y Tribunales de Honor y Disciplina con dedicatoria! Digan las cosas como son: Soy su piedra en el zapato, porque mientras mis hijas estén en el surf dirigido por este brillante y receptivo presidente de la Federación Ecuatoriana de Surf, siempre estaré velando porque sus derechos sean respetados, porque las cosas sean justas y transparentes, llamando irresponsables y solapados a quienes lo sean, y defendiéndolas de cualquier patán sinvergüenza que las agreda! Yo no soy de invitar a pelear a nadie, tampoco de valerme de palancas ni abogados que me digan cómo actuar, no me interesa si le dan fechas nacionales al club de mis hijas, no quiero puestos ni favores, peor el reconocimiento de nadie, me basta con que mis hijas me hayan dicho “Gracias por defendernos mami” y así lo haré siempre.  

lunes, 6 de enero de 2014

Cuando los Reyes Magos se llevaron mi regalo



He dejado pasar 10 años para poder contar esta historia, ya no vale la pena dejar pasar 10 años más, porque seguiré teniendo esta enorme tristeza en el corazón.

Mi hermano mayor se convirtió en mi mejor amigo cuando fuimos adultos, porque de niños era mi protector, y en la adolescencia nos caíamos muy mal.

Él era el niño bueno que se pasaba horas tranquilito construyendo ciudades de plastilina, que luego yo destruía de un salto con mis zuecos de madera. Él coleccionaba sus G.I. JOE y les hacía fuertes de guerra, y yo los convertía en altares para casarlos con mis Barbies.

Ya en la adolescencia, yo tan pop y él tan metal, apenas nos dirigíamos la palabra, así que  aprovechó su talento para el dibujo para mantenerme alejada de su cuarto y de sus cosas, forrando las paredes con dibujos de las portadas más macabras de Iron Maiden.

Mientras que él tocaba algo de Silvio afuera del Burger, rodeado de niños de la calle a los que luego invitaba a comer, yo tenía accidentes en moto disfrazada de Madonna. No sé cuál de los dos se avergonzaba más del otro!

Pasados esos años difíciles, él entendió mi adolescencia rebelde, porque ya había vivido su propio infierno en un hogar conservador, con el pelo largo y un arete en la oreja, con su deserción del cuarto año de medicina y su liberal novia chilena. Con paciencia se convirtió en mi consejero y guía, y me ayudó a encontrar mi camino.

El día que empezó esta pesadilla, me llamó mi papá, y casi sin poder hablar, me dijo que vaya urgente a la casa, que mi hermano estaba muriendo. Lo primero que pensé es que había tenido un accidente! Quién llama a decir que tu hermano sano de 33 años, de pronto moría?  Antes de cerrarle me dijo: “No vengas llorando, él está muy positivo, pero yo sé que se va a morir”. Odié a mi papá por eso.

Llegué a la casa y en voz baja me lo explicó mejor: mi hermano había tenido dolores en la espalda que atribuyó al Jiu-Jitsu, y molestias en la boca del estómago, que creyó eran por sus malos hábitos alimenticios. Lo cierto es, que luego de meses de síntomas ignorados, le diagnosticaron un tumor en el estómago. Mi papá le hizo una cita inmediata con un especialista y programaron la extirpación del tumor y los ganglios si fuera necesario. Me volvió a decir “Tu hermano se nos muere” y yo lo volví a odiar por ser tan negativo, sin imaginarme que 45 días después, tendría razón.

Fui a verlo, lo abracé, lloré, y no lo solté. Me miró y me dijo que no me pusiera así, que él necesitaba fortaleza, y me pidió algo que cumplí a cabalidad desde ese momento: “No repitas nada malo de lo que oigas, no quiero esa energía cerca, cree en mí, yo voy a estar bien, te lo prometo”. Y yo también se lo prometí, convirtiéndome en la celosa guardiana de sus creencias y convicciones, sea cuales fueren, yo las iba a proteger.

Al día siguiente entró al quirófano. Nunca voy a olvidar la cara de mi papá cuando salió, me miró y lo vi derrotado. Nada en su carrera lo preparó para esto. Al buscar el tumor encontraron metástasis, mi padre se negó a creerlo, hasta que se puso los guantes y palpó, y su fortaleza se esfumó.

A partir de ese momento vivimos los peores meses en nuestra familia.

Mi hermano, naturista, hinduista, con fobia a las inyecciones y a los fármacos, decidió no hacerse quimioterapia, y eso lo mató en vida a mi padre, quien sigue convencido que debió luchar contra corriente.

Mi papá le armó una batalla horrible al mundo, incluida la familia, los amigos y yo. Era la forma de liberar su frustración por no poder hacer que su hijo viva más.

Cuando mi hermano salió de la clínica, se mudó a Quito para someterse a las “limpias” de un médico brujo que le dijo “Yo, a vos ti curo”. Cumplió el ritual sagrado a la perfección, aguantando azotes con ortiga a las 3 de la madrugada, baños con el agua bajo cero salida del Chimborazo y licuados negros verdosos de raíces de nombres impronunciables.

Había transcurrido casi un mes, y los médicos (mi padre incluido), estaban sorprendidos de que mi hermano no necesitara morfina, dado el avanzado y extendido cáncer de estómago, uno de los más agresivos que hay, así que mi papá decidió ir a conocer y desenmascarar personalmente al brujo aquel.

La impresión que se llevó lo hizo enfurecer más: indio de casi medio metro, trenza rozando el piso, uñas largas y negras, escasos dientes, conversación inentendible y letra peor. ¿Cómo era posible que su hijo, el que sería la tercera generación de una familia completa de médicos, insulte su inteligencia de esa manera?

Pero luego de caricaturizar al brujo, nos confesó que vio a mi hermano con buen ánimo, sin dolor y sin preocupaciones, así que algún bien parecía estarle haciendo, y por un segundo quiso creer que se había equivocado en su pronóstico. Él también quiso tener esperanza.

De regreso a Guayaquil, mi hermano se retiró a las afueras de la ciudad para disfrutar de sus hijos, de la naturaleza, de la lectura, de la meditación, y poco después nos invitó a su boda eclesiástica pospuesta por años. Mis hijas y su hijita de 10 años fueron parte de la corte improvisada, mientras su bebé de 3 meses pasaba de brazo en brazo, desviando por momentos la atención que teníamos sobre él, tan delgado, tan cansado.

Cada día estaba más distraído, como alejado de todos y de su realidad, casi no me hablaba, y por eso no pude saber lo que estaba sucediendo. Por eso, porque creí que estaba estable, me despedí de él y me fui a acampar a la playa el 2 de enero, llevándome a su hija que no entendía lo que pasaba y teníamos prohibido explicárselo. Él de verdad creía que lo superaría, pero sólo hasta ese día.

A las 5 a.m. del día siguiente, me llamaron a decirme que regrese, que a mi hermano se lo estaban llevando de emergencia en una ambulancia. Se había quedado ciego en la tarde del día anterior, y aterrado llamó a su brujo que le dijo que el cáncer estaba perdiendo la batalla, que así mismo era, que no tomara ningún medicamento, solo sus menjurjes, y luego, no le contestó más. Mi papá nunca perdonó que no le hayan comunicado inmediatamente lo que estaba pasando, porque ese era un claro síntoma de haber entrado en coma. 

Luego supimos que tenía mucho dolor, que seguía con sus terapias naturistas que incluían baños de vapor, y un sinnúmero de terribles reacciones físicas que no quiero recordar. Por eso no me hablaba mucho, por eso le incomodaban nuestras visitas, quería ocultarnos todo lo que estaba sufriendo, no quería que lo obliguemos a soltarse de esa única esperanza que nadie más le había dado.

Camino a la clínica yo sólo pensaba en volverlo a ver con vida, y cuando llegué, me acosté a su lado, agarré su mano, y no volví a soltársela los dos días que me quedé con él, aunque nunca más oí su voz.

Si era verdad que iba a superarlo, tal vez solo era cuestión de tiempo, tal vez necesitaba más fe para que se manifieste el milagro de su curación, ese acontecimiento que alguna vez me dijo que necesitaba la humanidad para recuperar la fe y la esperanza.

Y así, bonachón como era, de mente abierta y sin prejuicios, había cosechado buenos amigos, tan diferentes y de creencias opuestas, y empezaron a llegar uno por uno, a despedirse de él.

Apareció alguien con una corona de flores del Templo de  Krishna y la colocaron junto a la estampita de Juan Pablo Segundo, esa que mi mamá lleva a todos lados; fue a visitarlo su mejor amigo del colegio, hoy Vicario Episcopal, para darle la extremaunción; fueron los amigos iriólogos, el pariente mormón, el escultor, la actriz, el tatuador, la abuela Testigo de Jehová, y unos cuantos vaishnavas, ninguno bien visto por mi papá. Pero lo que realmente desató su furia, fue el CD con el mantra OM a todo volumen. Fue como ver la escena que nos han contado acerca de Jesús expulsando a latigazo vivo a los mercaderes del Templo. Mandó volando a todos, sin excepción, con radio y buenas vibras por delante.

Cuando entró el médico a tomar sus signos vitales, nos dijo que en minutos todo acabaría, que nos preparemos. Me acerqué a su oído y le dije que el cáncer se había ido, que él estaba mejor, que necesitaba levantarse, abrir los ojos y ya. Él apenas apretaba mi mano, nada más. Cuando regresó el médico a la media hora, no se explicó por qué sus signos vitales habían regresado a la normalidad. Esto sucedió tres o cuatro veces más. Ahora pienso que esa tontería mía no lo dejaba irse en paz.

Era claro que nada iba a cambiar, que no existen los milagros, al menos no en su caso, y que todas mis promesas y rosarios rezados no sirvieron de nada, estaba frente a mi amado hermano, viéndolo sufrir sin poder hacer nada, así que volví a acercarme a su oído, y esta vez le prometí que cuidaría a sus hijitos, le pedí que se vaya, y le dije la oración que rezábamos antes de dormir, esa la de la Virgen María y su Manto.

Salí del cuarto desbastada, y recuerdo haberle reclamado a Dios, le dije que ya basta, que si no lo iba a salvar entonces que se lo lleve de una buena vez. A los pocos minutos salió mi mamá de la habitación llorando, dijo que mi hermano acababa de morir. Entré rápido y me paré junto a él, justo en el segundo en que suspiró profundamente. Me paralicé, pensé que era el milagro que esperaba. ¿Está vivo?, ¿Se recuperó? Pero no, los médicos dijeron que es una reacción común, algo así como el último aliento de vida. Yo quiero creer que fui testigo de la partida de su alma en paz.


Regresé a Salinas con las cenizas de mi hermano, y al día siguiente fuimos a dejarlas en la mitad del mar junto con los arreglos de flores que hicieron las niñas. 

El mar estaba tranquilo, el cielo despejado, un rayo de luz cayendo y una gaviota volando sobre nosotros durante todo el trayecto, como en las películas, pero sin el final feliz.





*acabo de encontrar esta carta escrita por mi hija mayor cuando tenía 11 años.

Recién me doy cuenta que no pidió ningún regalo esa Navidad, solo que su tío esté bien.

Creo que esta fue la última carta que le escribió a Papá Noel, y la última vez que rezó.