martes, 7 de junio de 2016

Mi propio Eat, Pray and Love



Cuando meditas durante mucho tiempo […] acaba brillando la gloria de la Divinidad. Te das cuenta entonces de que siempre ha habido algo hermosísimo dentro de ti, y no lo sabías».
-Paramahansa Yogananda 

Tal vez este camino lo empecé a recorrer hace más de un año sin saberlo.

Mi esposo tenía un par de meses sin ingresos fijos y las cosas estaban bastante difíciles, por eso fue una oportunidad increíble cuando nos propusieron entregar el almuerzo del personal de una empresa.

Mi respuesta inmediata fue Por supuesto! Solo habían dos pequeños detalles: no sabía cocinar, ni tenía idea de los costos de nada.

Mi familia había sobrevivido todos estos años con cuatro únicas comidas: pollo apanado con puré y arroz; carne frita con menestra Facundo; seco de pollo (con el refrito licuado); y pollo con fideos y salsa de sobre. Bueno, y una que otra variante básica y sencilla.

Eso no era saber cocinar, mucho menos para 200 personas!

Recordé entonces a la mamá de una buena amiga de mi infancia. Al enviudar, ella emprendió algunos proyectos y todos sus negocios tuvieron éxito, la comida fue uno de ellos. Así que le pedí su opinión, si ella estaba dispuesta a enseñarme cómo hacerlo entonces aceptaría el reto. 

Generosa y pacientemente me enseñó los secretos y no tan secretos de la cocina. Con cuántas papas se hace un locro, cómo se pica la cebolla, cuántas presas salen de un pollo, cómo hacer el aliño perfecto, entre miles de cosas más, de las cuáles no tenía ni idea, y que llenaba sin parar en mi agenda.

Yo estaba impaciente por empezar a pelar una papa, y mi maestra no me dejaba acercarme a la cocina. Mi primera lección fue un trabajo de campo: averiguar costos de cada ingrediente en todos los mercados y comercios de Guayaquil.

Amanecer a las 5 am en el Mercado de Transferencias no fue tan difícil como aprender los diferentes cortes de carnes, conversión de medidas y aplicar la regla de tres simple para sacar la relación de peso y cantidad. No solo me sentía en el colegio de nuevo, sino que me convertí en el impaciente Daniel, el jovenzuelo de Karate Kid.   

Durante 15 días, desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, mi Señora Miyagi estuvo compartiendo conmigo sus dotes culinarias, y lo que por momentos me parecía exagerado y excéntrico, terminó siendo necesario para mi aprendizaje.

Nada saldría de su cocina sin antes ella haberlo probado, así que finalmente el gran día había llegado. Me ordenó hacer un plato yo sola, desde el principio hasta el final, ante su mirada fija con la ceja alzada y un cigarrillo en la mano mientras me tomaba el tiempo.

Presentación del plato, consistencia y sabor; las tres cosas que analizaba en silencio. Cuando por fin le estiré el plato con terror, me dio su veredicto con estas palabras: “Hija, que orgullosa estoy de ti! Has superado al maestro”  

Mi primera Fritada
Lloré de la emoción! Esas palabras venidas de alguien tan estricta y perfeccionista eran invaluables! Ya estaba lista para cocinar sola, o al menos eso creí.

Las semanas siguientes me dejó equivocarme en las medidas, los tiempos y la sazón. Se me quemaron muchas cosas, me enseñó a reparar algunas y a tirar sin remedio otras.

Fueron meses de intenso trabajo. Cuando no estaba cocinando, preparaba el menú para la siguiente semana, compraba los ingredientes por quintales para bajar los costos, recorría todos los mercados o repartía la comida.

Los jueves se convirtieron en todo un reto, entregando además de los almuerzos de toda la semana, cenas para la Fundación "Pan para mi Hermano", una hermosa obra de la que fuimos parte. 




Los aprendizajes que todos ganamos superan a lo demás. Toda la familia se involucró y compartimos esta etapa que nos dejó grandes lecciones, que sin duda nos prepararían para lo que vendría después.

Mi negocio de la comida duró solo un año. Estuve a punto de tirar la toalla algunas veces, porque conocí de primera mano las bajezas del ser humano. Solo el consejo amoroso de una de mis hermanas de corazón impidió que abandonara el reto. Sin caer en detalles que no quiero recordar, solo diré que la ambición y la envidia de las personas a quienes alimentaba, hicieron que terminara mi contrato. Sin embargo, en lugar de deprimirme, entendí que esa era una lección para mi ego, y la vida se encargó después de llevarme por otro camino, uno para el que recién empezaba a estar lista.

Hoy veo las cosas de una forma muy distinta. 

Durante la primera etapa de mi cocina empecé sintiéndome la protagonista de “Como agua para Chocolate”, poniéndole a cada queja más pasión, a cada comentario negativo un ingrediente más delicado. Pero luego el título más apropiado fue “Eat, Pray, Love”, y el aceite de oliva que utilicé fue acompañado de una oración de agradecimiento y buenos deseos.

Al final, todo termina regresándonos.  

Namaste.

  

domingo, 5 de junio de 2016

EL TERREMOTO QUE NOS DESPERTÓ




arte donado por Andrea Game para "Diseñando con corazón"


19 días pasaron desde que la tierra tembló. 

Nosotros estábamos en el carro cuando vimos caer las rocas de la montaña sobre la carretera. Tardamos unos segundos para entender lo que pasaba, y luego vino la oscuridad. 

Media hora después empezamos a recibir las pocas noticias que llegaban por las redes sociales. Así supimos que nuestros amigos de Pedernales, Manta, Canoa, Jama, estaban en una grave situación, con las ciudades y poblados destruidos, personas sepultadas, familias separadas, y el país incomunicado empezó a desesperarse y a reaccionar.

Nadie preguntó cómo empezar a ayudar, simplemente se lo hizo, sin detenerse a pensar, el Ecuador se unió en una hermandad que ninguna guerra ha podido lograr.

Hoy, 19 días después, llegamos a Manta, y las historias nos siguen impactando, porque están intactas en los pedazos de ladrillo, en los vidrios rotos, en las calles cuarteadas, en las miradas, en la piel.

Nuestra primera visita fue a una de las tantas familias que no pueden entrar a sus casas por temor a que se desplomen.




Cuatro generaciones agradecidas por estar con vida, cocinan, duermen y pasan las horas a la intemperie, en un improvisado hogar donde aún hay un espacio más para el vecino que lo perdió todo.
















La anciana abuela llora, tiene pesadillas, recuerda el terror que vivió y solo la consuela que sus cuatro hijos están vivos.



Nuestra siguiente visita fue al padre Andrés en la Iglesia Sagrado Corazón. 

Vimos con alegría que los kits que durante las semanas anteriores habíamos ayudado a preparar, eran recibidos y distribuidos por ellos. 

Rodeado de madres y jóvenes voluntarios que trabajan casi sin descanso, este sacerdote sin horarios, ese compromiso que da la verdadera vocación de servicio, nos explicó que los colchones y camas donados por nuestras amigas de "Caramel Clothing", son entregados en las noches, así realmente llega a quienes no tienen donde dormir y están en el suelo.









Luego acompañamos a las voluntarias a uno de los albergues instalados en el colegio Manta.

150 carpas donadas por la República de Colombia, se ordenaban en línea recta bajo el techo de la cancha. Nuestro trabajo aquí fue ayudar al Sacerdote con el censo, para que pueda entregar todos los víveres correctamente.



Me sentí un poco incómoda parada con mi cámara frente a la triste realidad de estas familias. 

Les pedí permiso para tomar algunas fotos, y me sorprendí al verlos posando con una sonrisa, ellos querían contarme sus historias.




Martita tiene 3 años y una energía que no se agota. Orgullosa nos enseñó como mantiene limpia su carpa-hogar con su escoba partida, y sus peluches perfectamente ordenados sobre su colchón.






Anthony me sonreía con sus preciosos ojos color miel. Me acompañó en mi recorrido, y estaba muy interesado en aprender a tomar fotos, así que luego de posar para mí, nos tomó una a nosotros también, una del recuerdo, que luego de algunos intentos y aunque un poco desenfocada, nos hizo sentir orgullosos. 







Uno de los adultos más simpáticos que recuerdo fue el payaso Naricita. 

Su nariz, maquillaje y trajes quedaron sepultados con su casa, pero aun así tiene el buen humor y las ganas de hacer reír un par de noches a la semana a sus nuevos vecinos, en un teatro improvisado que logra hacerlos olvidar por un momento por qué están allí. 

Cuando le pedí posar para la foto, se sacó del pecho un pedazo de tela doblada que abrió con orgullo diciendo que la lleva a todos lados; era la bandera de nuestro país, el país que tembló y que ahora siento más unido que nunca.


En el refugio pasan las horas en relativa paz, sin embargo es inevitable la molestia de saber que hay un cuarto lleno de ropa que no les reparten, y cajas que salen en la noche hacia un destino distinto al que creen los donantes.

La noche anterior se llevaron en la ambulancia a un grupo de niños enfermos por tomar agua embotellada dañada, donaciones que estuvieron demasiado tiempo enterradas en la burocracia.

En dos días empezarán las clases y estas familias serán reubicadas en otros lugares, todavía no están seguras de a dónde irán, y cuando se acerca el momento de despedirme, ellos me dictan sus números de teléfono para que los llame, para que no los olvide.

Salimos de allí en silencio, pensativos, sintiendo que pudimos haber hecho mucho más, y con el compromiso de no abandonarlos.

Estuvimos en la zona cero, la más afectada, la que aún sigue acordonada y resguardada por militares.

Me permitieron avanzar por la calle mientras tomaba algunas fotos. 


Me sentí caminando en cámara lenta, por esas calles solitarias y en un triste silencio, imaginándome cuantas familias nacieron y murieron allí, cuantas historias detrás del hogar que perdieron. 

















Los stickers en una pared del tercer piso me dicen que allí dormía un niño, y pienso que podrían haber sido Anthony, Kevin, Martita... o mis hijas.






Llegamos a Manta siendo unas personas, y salimos siendo otras. Cada uno de nosotros en su silencio, está construyendo lo necesario para sostener a quienes desde hoy y para siempre llamaremos hermanos.