lunes, 4 de enero de 2016

These Foolish Things




Pasar un fin de año diferente en uno de los lugares que nos encanta visitar, ese era el plan para un buen comienzo del 2016, vaticinando así felices viajes con la tribu y más anécdotas para los nietos. Pero lo que estábamos por vivir fue mucho más allá de eso.

Salimos a las 3 am de Guayaquil con rumbo a Piscinas, una playa junto a Lobitos que podría llamarse una comunidad de surfistas, donde no hay nada más que hacer sino surfear y tomar fotos de cómo surfean, siempre y cuando hayan olas que surfear…

Luego de un viaje tranquilo llegamos a nuestro hostal, el único de la zona, super sencillo y acogedor, abandonado en la mitad del desierto frente al mar, el lugar perfecto para recibir el año desconectados de todo.








Pero, viajar con adolescentes suele dañar los planes de desconexión, y cuando empezábamos a acurrucarnos para reparar el sueño perdido, ellas ya estaban arreglándose para una fiesta que “no tenían idea de estar invitadas” ni que “todas sus amigas irían”, y de adivinas habían llevado el "outfit" completo. 

Yo dije que no, pero el buen papá dijo que bueno, así que nos esperaba una hora de viaje para llegar al lugar de la fiestita.

En pleno maquillaje del clan se fue la luz en 10 kms a la redonda, primera señal de que sería mejor quedarnos, pero apareció el dueño del hostal ofreciéndonos algo inusual, llevarnos a que nos duchemos en su casa a 5 minutos de allí.

Fuimos Toño y yo con Vasco, el que se convertiría pronto en un simpático personaje de esta historia, quien al saber de nuestros planes nos hizo una seria advertencia: Por nada del mundo ir  por el camino de Talara, y nos contó historias de maleantes disfrazados de viudas, destrucción de carros, asaltos a mano armada, y todos los ingredientes del remake de Carretera al Infierno.



Para ayudarnos a seguir su atajo secreto, rápido y seguro, nos dibujó un mapa, lo que me llevó a asegurar que este chico era aventurero, abogado, activista, defensor de los derechos humanos, animales y vegetales, pero no dibujante.

De más está decir que nos perdimos con el mapa, y para poner la nota toñística de nuestro patriarca, en pleno camino de tierra rodeado de montañas y matorrales que nunca han visto la lluvia, le dio por apagar las únicas luces que alumbraban el camino, y así, en medio de la noche retumbaron los gritos del aterrado personal.

A lo lejos vimos luces y nos tranquilizamos pensando que era la carretera, pero luego de 10 minutos más de tortuoso camino, descubrimos que estábamos dentro de una refinería de petróleo.

Siguieron los gritos mientras tratábamos en vano de descifrar el mapa, cuando vimos a lo lejos acercarse una moto. Más gritos y más historias de terror.

El hombre nos miró, Toñito tartamudeó “Pa-na-me-ri-ca-na”, y el buen motorizado nos hizo una señal para que lo siguiéramos.

Como la tribu está acostumbrada a las historias, leyendas y demás cuentos, no demoraron en decir que en realidad nuestro motorizado salvador era un alma en pena que aparecía en el camino para encontrar a los perdidos, sacrificarlos y ofrendarlos al desierto.

Veinte eternos minutos seguimos al fantasma motorizado, hasta que finalmente llegamos a la tan esperada carretera Panamericana, y como un alma buena, solo nos hizo de la mano y desapareció..


Mentira, se fue por donde vino mientras Justin Bieber cantaba y las chicas coreaban a todo pulmón lo que sería nuestro himno presagiado en ese momento: "Life's worth the living"

Y recibimos la segunda señal de la noche: el carro empezó a fallar.

Pero como nunca le hacemos caso a las señales, viajamos a Punta Veleros a 60 kms por hora, donde cenamos en el hotel de unos amigos que nos dieron la segunda advertencia del día: No se les ocurra por nada del mundo regresar en la madrugada.

La siguiente parada fue Vichayito a dejar a las chicas en la fiesta y luego buscar un lugar tranquilo donde parquear y dormir hasta la hora de recogerlas. Pero encontrar un lugar así en Máncora un 31 de Diciembre, es como esperar encontrar en Sin City un santuario zen.

Luego de dar mil vueltas, el sueño venció a la prudencia, y nos quedamos debajo de un puente acurrucados.

Por fin, las recogimos a las 3:30 am, y así sin pensarlo, desobedeciendo la última advertencia, regresamos al hotel. Luego de perdernos por segunda vez, llegamos a las 5 am y aterrizamos en los colchones.

A la mañana siguiente nos enteramos que nunca regresó la luz, y que recibieron el año con velas y fogata, lo que sonó más divertido que nuestro plan dentro del carro inhalando humo y tierra.


Sin olas, luz ni agua, pasamos esa tarde en la playa y en la noche alrededor de la fogata contando historias de terror, lo que siempre une a la gente, asi que otros huéspedes compartieron generosamente con nosotros sus espíritus chocarreros, lo que nos mandó directo a la cama como una familia unida y feliz.

Hoy el carro no prende, pero no nos importa mucho, tenemos todo el día para solucionarlo.


Mientras tanto las chicas se asolean, la María mayor descubrió que le encanta el ukulele y ya le salen un par de canciones, Toñito hace sus snapchats burlescos, y yo escribo con buena música de fondo, un playlist muy parecido al mío pero con algo de jazz, que parece ser un buen título para esta entrada. 

Las aventuras así, en donde no estás muy cómodo, ni muy limpio, ni muy descansado, solo pueden lograr una cosa: que estés feliz con lo necesario, porque al final, el hogar lo llevas a donde vas.