jueves, 24 de febrero de 2011

Todo por una corbata

Hace un par de meses estaba un coreanito en algún punto de nuestra costa ecuatoriana, viendo con sus ojos rasgados hacia el horizonte, mientras esperaba el barco con la pesca diaria para completar algunos contenedores para Asia. Su sorpresa fue enorme y sus ojitos se abrieron hasta redondearse por primera vez en su vida, cuando en lugar de la pesca habitual, llegó el barco lleno de un pescado que ningún local sabía qué mismo era, solo él.

Así que, cual “Ron Damón” con los billetes que “El Chavo” creía que eran para el álbum de cromitos, aquel coreanito hizo que los pescadores se quedaran sin hablar, sin moverse, sin respirar, sin decirle a nadie, mientras apuradito y pelando los dientes de la felicidad hacía un par de llamadas que nadie entendió. Parece que le atinó a algo grande porque al día siguiente se olvidó de su familia coreana y se instaló a vivir cerca de la playa para comprar todo aquel pescado raro que el Océano Pacifico pueda botar, hasta el día de hoy.

Pero, como los chismes vuelan, al poco tiempo ya estaban más asiáticos por estos lares buscando el famoso “ribbon fish” que por primera vez en la historia salía en Ecuador. Y fue así como llegó un chinito a nuestras vidas.

Toñito lo recogió en el aeropuerto con cartelito al estilo Hollywood, lo trajo a la playa, lo instaló en el mejor hotel, sirvió de traductor (porque en el mejor de hotel de aquí, la única persona que hablaba inglés renunció una semana atrás por la mala alimentación), lo invitó a cenar, y cerraron algunos negocios.

El chinito satisfecho con la atención y el producto ofrecido, creyó que era común aquello en este país, y decidió que quería pasar unas largas vacaciones aquí en la tierra prometida.

Caminando por el malecón se encontró con una pareja de viejitos, que por señas le ofrecieron alquilarle una habitación en $200, pero al chinito le pareció muy poco y les pagó $ 300. Luego, feliz por el negocio que había hecho, nos invitó a comer. Llegó con claras señales de haber sido víctima de un avivato vestido con un short multicolor de unas 3 tallas más grandes, y con un corte de peluquería de quinta tan tenaz que dudo le vuelva a crecer el pelo, pero él estaba feliz.

Una semana después decidió salir solo a conocer más playas cercanas, macro error. Lo llamó a Toñito para ponerle el teléfono en la oreja del taxista, y que le pregunte por qué le estaba cobrando $160 por regresarlo a Salinas desde un pueblo llamado “La Entrada” si le había dicho inicialmente $80. No hubo forma de hacerle entender al taxista malvado que si tiene un auto a diesel no habrá gastado más de $ 8 en ir y venir, y que cobrarle más de $30 al chinito, solo por ser chinito, es un abuso que en su pueblo lo pagaría con azotes de ortiga y agua congelada. No le importó nada, y lo dejó botado allí en media carretera insultándolo en quichua, como si fuera poco no entender español.

El chinito siguió las instrucciones de parar un taxi amarillo y solo decir “Salinas”, pero luego de una hora y media llamó desesperado porque el taxista le quería cobrar $100 por la carrera y dejarlo botado en pueblo llamado “Chulluipe”.

Una vez más llegó Toñito a salvarlo, y mientras discutía con el taxista por estafador, éste se baja el cierre del pantalón, y comienza a vaciar la vejiga sin ningún reparo por las miradas de sorpresa, asco y coraje.

Finalmente al aterrado chinito aprendió que no debe hablar con extraños, ni subirse en taxis, ni salir a pasear, ni demostrar que es chinito, ni salir del cuarto que alquiló por $100 más de lo que le pidieron.