lunes, 18 de junio de 2012

Mi Isla Encantada





Nunca tuve 39 años porque solo cumplo números pares, sin embargo hace un par de días, mientras todos celebraban el día del padre y yo me negaba desde hace tiempo a cumplir los 40, pensé seriamente cumplir por dos años consecutivos, nuevamente 38.

Sin importar la edad, yo ya tenía planeado el regalo que quería: amanecer con la tribu en una isla desierta, cosa que no les hizo nada de gracia, ya que no hemos tenido buenas experiencias en islas.

Haciéndome la sorda con las quejas, empacamos todo lo necesario para acampar en mi isla desierta que ya había localizado en internet, y que estaba segura que sería una aventura divertidísima.

Llegamos al pueblo luego de tres horas y media de un viaje casi saboteado por tres mocosas adolescentes que querían acortar camino en una playa mas divertida. Allí debimos buscar un lanchero que nos quisiera llevar a la isla a esa hora (casi las 7 de la noche), pero lo más difícil fue encontrar una tienda abierta para comprar lo que sería nuestro desayuno del día siguiente, en medio de calles cercadas, cables llenos de papeles de colores, torres de jabas de cerveza y parlantes gigantescos listos para reventar tímpanos por la fechita festiva

Por fin, con carpa, colchones, parasol, mochilas, comida, linterna, leña, celular prestado y tribu, nos subimos al bote que nos llevaría al inicio de una aventura digna de contar.



Luego de 15 minutos de viaje, nos despedimos del lanchero que nos dejó en la isla desierta en medio del Océano Pacífico, con la promesa de regresar a recogernos al día siguiente. Ahora sí, todos felices y emocionados, tratamos por gusto de prender la fogata hasta que se acabó toda la gasolina que nos dieron, así que terminamos armando la carpa de oído.


No sé en qué momento nos quedamos dormidos, hasta que me despertó de golpe una llamada a mi celular a las 12 de la noche deseándome un Feliz cumpleaños. Gracias a esa llamada, pude escuchar unas pisadas alrededor de la carpa y alguien como  tratando de abrir el cierre. Me levanté de un salto para ver a través de la “ventanita” del techo, quien andaba por allí. Casi me muero cuando vi la sombra de un bote frente a nosotros, sin una sola luz, a pocos metros de la orilla.

La situación era esta: 4 mujeres, un hombre y el único objeto de defensa personal, lo suficientemente efectivo para dar un golpe, era una linterna. Entré en pánico, las niñas entraron en pánico, y antes de que me olvide de pensar, usé el celular prestado para llamar a Gary, nuestro único contacto en tierra firme.
Con “la copa rota” de fondo, el celebrado papá alcanzó a contestarme que no me preocupe porque solo eran pescadores en la faena, y cerró.

Tratamos de tranquilizar a las niñas con un “todo está bien”, pero ya no se puede ni hablar en inglés para que no entiendan, ni mentirles al apuro, se han hecho vivísimas. Así que Toñito y yo nos convertimos en los centinelas de la noche, y mientras nos turnábamos para tener chequeado cada movimiento del bote, escuchamos otra vez el ruido cerca del cierre de la carpa. Cuando alumbramos con la linterna, vimos que “algo” le había hecho un horrendo hueco a la carpa y a la funda con el desayuno.

Ahora si estábamos a merced de piratas y animales muertos de hambre. Mi isla encantada se convirtió de pronto en la isla siniestra, y mi imaginación voló hasta vernos en la primera plana de un diario sensacionalista que incluía secuestros alienígenas y vudú, mientras Toñito se arrepentía de haber vaciado la vejiga en el monte, en lugar de marcar territorio alrededor de la carpa, así como aprendió en “A prueba de todo”.
Volviendo a la realidad, pusimos las mochilas alrededor del hueco, y escondimos la comida debajo de los colchones para alejar a lo que sea que quería comérsela.

El por nosotros bautizado narco-bote-fantasma, se fue a las 4 de la mañana, y con la primera luz del día por fin se cerraron nuestros ojos, olvidándonos de las fieras sueltas que se supone solo cazan en la noche.
Nos despertamos a las 8 de la mañana, y luego de revisar que estábamos completos, salimos para descubrir las huellas de algún cuadrúpedo alrededor de toda la carpa.


El hambre nos hizo olvidar la mala noche, y devoramos con ganas las malísimas galletas con queso crema que ni el cuadrúpedo se quiso comer, nos pusimos los snorkels, las aletas, y nos lanzamos al mar.


Vivir estas aventuras los cinco, nandando entre cardúmenes de peces plateados, azules, diminutos, otros enormes, ver el fondo del mar lleno de corales y erizos, mientras los piqueros patas azules revolotean en las rocas y las gaviotas en el cielo, hizo mi cumpleaños número 40 el mejor cumpleaños de mi vida, y un día que recordaremos por siempre.



Porque definitivamente no importa donde estemos, lo que importa es que estemos los cinco.