miércoles, 31 de octubre de 2012

El piso 13 de El Tiburón


La mayoría de los guayaquileños asiduos a Salinas, sabemos muy bien que el edificio Tiburón es uno de los más antiguos de Salinas, que es el mas alto de la península, y que no tiene piso 13. Pero pocas, poquísimas personas, conocen la leyenda que encierra este emblemático edificio.
Siendo propicia la fecha, y en honor a que hace exactamente 26 años la escuché por primera vez, he decidido contarla sin fogata ni linterna en mano.
Pero primero lo primero.
Erase un 31 de octubre de 1986, cuando 6 pre adolescentes aburridos nos sentamos en el parque de Las Dunas a contar por turnos historias de miedo. La Dama Tapada y el Tintín eran un chiste para nosotros que estábamos acostumbrados a "Poltergeist", "Aliens" o "A nightmare on Elm Street", así que cuando alguien insinuó algo acerca de la leyenda del edificio, conspiramos entre todos y nos llevamos la Blazer de mi papá, derechito con rumbo a Chipipe y parqueamos frente al edificio El Tiburón.
Cuenta la leyenda, que hace muchos años, cuando el país estaba militarizado, el sobrino de un altísimo mando del ejercito, dio tremenda fiesta de Halloween un día como hoy.
El piso 13 se convirtió en un terrorífico escenario, en donde desfilaban brujas, diablos, y monstruos rodeados de pastillas y polvos mágicos. 
Ya entrada la madrugada, apareció un magnífico minotauro, dejando a todos los aún conscientes, perplejos por tan perfecto disfraz.
Mientras se preguntaban quién estaría debajo de ese atuendo, los ojos del minotauro se prendieron como el fuego, y enfurecido se fue encima de los invitados con patadas y golpes certeros que acabaron con la vida de algunos.
Los mas valientes que escaparon de la masacre lograron acorralar a aquel monstruo, pero de un salto se lanzo por el tragaluz de la escalera y desapareció ante la mirada atónita de todos.
Nada se publicó. Se logró callar a la prensa y mantener el honor de la familia intacto, ya que los militares no creen en aparecidos, sino en secuestradores y sicarios en medio de una orgía matizada con drogas y rock & roll.
La leyenda dice que por lo menos uno murió de severos traumatismos y otro se lanzó del balcón huyendo del minotauro, convencido de que su traje de Superman lo haría volar.
En todo caso, cierto o no, los dueños del departamento ordenaron tapiar ventanas y puertas, pintarlo íntegramente de negro en señal de luto, y clausurar el ascensor para que jamás volviera a detenerse en el piso 13.
Y al llegar a este punto de la historia, aterrados como estábamos, dentro del carro, con los vidrios arriba y los pelos de punta, salió la famosa frase: "Te apuesto a que no subes a ver si es cierto que no hay piso 13"....cuando de pronto, y esto si lo aseguro porque fui testigo presencial, juro por mi vida que escuchamos 3 golpes durísimos en el parabrisas. Cuando nos viramos, acompañados del justificado griterío, habían tres burbujas enormes chorreando en el vidrio. Siguieron los gritos ensordecedores acompañados de un : "Es la baba del minotaurooo"
No sé cómo no morimos ese día, de terror y de imprudencia, con el pobre chiquillo que apenas sabía guardar el carro en el garaje, manejando despavorido a 160 kms/h , mientras los pasajeros gritábamos y llorábamos aterrados.
No sé exactamente qué fue lo que cayó en el parabrisas, no sé que parte de la leyenda sea verdad, no me acuerdo ni siquiera quienes estábamos en el carro ese día aparte de mi hermano y yo.
De lo que si estoy segura es que esta historia logró dejarme sin dormir muchos años, me dio horas de diversión en las fogatas, y me ha mantenido alejada de aquel edificio.

Sin embargo, desde la playa, a una distancia bastante prudencial, veo que extrañamente siempre se posan un par de gallinazos en el piso 13 mientras los demás dan vueltas alrededor, como oliendo la muerte cerca.

martes, 23 de octubre de 2012

La Mueblería


Esta es una historia real, basada en algunas fuentes fidedignas y otras no tanto: mi intuición que suele no fallarme, hechos de los que fui testigo, chismes de los vecinos, y crónica roja de un periódico de pueblo.
Por lo menos tres veces a la semana paso por este lugar, y no dejo de pensar en todo lo que dicen las fuentes antes mencionadas que allí sucedió, así que ya no me aguanté las ganas de compartir la historia.


Todo empezó hace unos 13 años, cuando buscábamos muebles para nuestra nueva vida en la playa. Con poco presupuesto y hartas exigencias (como todo personal de clase media que se respete), encontramos una mueblería de bonito nombre y buenos acabados.

El hombre que nos atendió se identificó como el dueño, y aunque en ese momento no me llamó nada la atención en él, dados los hechos que sucedieron después, recuerdo algunos detalles: feucho, manos duras llenas de callos, cortes y goma, treintañero, pausado al hablar y con la cabeza medio agachada esquivando la mirada. Me pareció bastante tímido, pero como no lo quería para marido sino para ebanista, pusimos en sus manos varias fotos de camas, aparador, bufetero y otras cuantas cositas que debían quedar IGUALITAS a las fotos, y con los materiales ofrecidos.

Y así fue que, mientras iba, me le instalaba, lo presionaba para que no se pase de la fecha, lo hacía cambiar colores, materiales, y muchos etcéteras de mi adorable personalidad, vi entrar un día al taller a una atractiva rubia, altísima, flaquísima, de grandes ojos azules y nariz perfilada, que pensé sería una modelo-cliente, pero resulto ser la callada y seria esposa.

Mis visitas al pobre hombre se hicieron muy seguidas, pero la verdad es que me importaba más la historia detrás de ese matrimonio que la litera donde dormirían mis hijitas.

El día que le escuche el acento colombiano a la mujer, y la vi entrar de la mano con un chiquito igualito al padre, me armé la historia en mi cabeza, la cual incluía interés económico, la búsqueda de una vida tranquila lejos de la guerrilla, fallas de la píldora, etc.
Cuando casi estaban listos mis muebles, apareció en escena otra rubia, pero esta en cambio curvilínea, alegre y con la cumbia en la piel. Ahora la historia en mi cabeza tenía nuevos ingredientes: barra, frontera, sin papeles, triángulo amoroso.


Para mi mala suerte me entregaron los muebles y ya no tuve pretexto de atormentar al hombre con mi presencia diaria, así que se quedó truncada mi historia, pero solo unos cuantos años.

Quien diría que media década después me enteraría de casualidad de los hechos macabros que se dieron en esa mueblería, algo que hubiese sido un buen argumento para mi novela policíaca, si supiera como escribir una.

Cuenta la leyenda que esto fue lo que pasó:


La rubia flaquísima efectivamente era la esposa que se casó con el ebanista, ella por interés y él por pantalla, y viendo que el negocio era próspero, mandó a ver a su hermana, la rubia curvilínea, para que la ayude a sacarle plata a su trabajador y tacaño marido.

Un día llega de visita el mejor amigo del ebanista, visto con malos ojos por las coloradas, no solo por no perder la costumbre típica de las mujeres contra los amigotes de nuestros esposos, sino porque lo nombraron Contador, y empezó a ajustar a las botarates estas. Macro error.

Así empezó la cruenta pelea de todos los días en los que se inculpaban mutuamente faltantes de dinero, amenazas de “o él, o yo” y viceversa. Sí, leyó bien, parece ser que el mejor amigo y Contador, compartía mas que el Debe y el Haber con el ebanista.

Llegó la noche en que la esposa no pudo soportar mas la humillación, empacó sus maletas, cogió al muchachito y se despidió para no volver. Eso sí, amenazando que de no recibir una buena cantidad por su silencio, lo suficiente para rehacer su vida en alguna isla caribeña, que el muchachito vaya a una buena universidad, y la renovación semestral de ropero, divulgaría las preferencias del esposo a diestra y siniestra, con aumentos coloridos y todo.

El ebanista no soportó las amenazas, ni que se lleven a su pequeño sucesor ebanista en proceso, y en un ataque de ira descontrolada, sacó un revólver y le propinó un par de balazos a la rubia flaquísima.  

Aterrado y arrepentido de ver muerta a la madre de su retoño, decidió acabar con su vida allí mismo, junto al cuerpo inmóvil de su esposa.

Pero como la vida es así, tan extraña que parece película, la historia tuvo otro final.

Resulta que los vecinos alertados por los disparos llamaron a la policía, a la ambulancia, a los periodistas, a las comadres, etc, y cuando llegaron todos, comprobaron la muerte instantánea del ebanista, pero la chica aún estaba con vida, la llevaron a la clínica, se recuperó de sus heridas y se fue sin rumbo fijo cuando la dieron de alta.

No sé más, me hago mis historias sobre la flaca y su nueva vida, el niño y sus traumas, el local de la mueblería que hoy es un Centro de Culto Evangelista, y nada tiene final feliz, asi que mejor relato lo que sé, porque lo que me invento termina siendo muy parecido a la realidad.