lunes, 20 de octubre de 2014

Para la pequeña balletista



Era un domingo de esos muy raros que pasamos en el caluroso Guayaquil, sin nada que hacer, echados con el televisor prendido por gusto. Abrí mi Twitter y me puse a buscar alguna noticia interesante que me saque de ese letargo intelectual, y así fue que encontré el pedido urgente de sangre para una niña. El mensaje no tenía nada de particular, nada diferente a los cientos de mensajes parecidos que se leen por todos lados. Solo decía lo necesario en 140 caracteres: el tipo de sangre, la dirección y el nombre por quién preguntar, y sin embargo Toño y yo lo leímos al mismo tiempo y pensamos lo mismo, era un mensaje para nosotros. 

Al llegar a SOLCA, el primero que nos recibió mal fue el guardia de la puerta, diciéndonos que era imposible que paqueáramos adentro sin un pase especial, peor un domingo, y peor con ese calor, y que debíamos dejar el carro alláaaa a la vueltaaaaa donde nadie cuidaba carros y  regresar caminando como 6 cuadras bajo un maldito sol. Felizmente San George Washington hizo el milagrito y apareció de la nada un parqueo techado.

Ya en el edificio, nadie sabia nada. Luego de largos minutos de tonteo nos mandaron al segundo piso. Allí habían unas 10 personas paradas afuera de una puerta celosamente resguardada, era la entrada a terapia intensiva. El guardia nos dijo que llamaría a la persona indicada y desapareció. Luego de recordarle que seguíamos allí 20 minutos después, sacó la cabeza y nos dijo con cara de gil que la mamá de la niña había salido y que la busquemos por otro lado. Volvimos donde la recepcionista que nos mandó a otro edificio a preguntar si allí sabían algo. Llegamos, subimos las escaleras y tocamos varias veces el vidrio, el timbre, de nuevo el vidrio, hasta que 10 minutos después se nos ocurrió empujar la puerta y entramos. Adentro no había nadie a quien preguntarle algo. Al rato llegaron otras personas perdidas igual que nosotros, y mas tarde salió una mujer que se sentó muda en la recepción. Cuando le dijimos por lo que habíamos ido, nos contestó que los domingos no hacen extracciones y que regresemos el lunes, así, sin más. Había trabajado en mi paciencia desde que llegué, pero ya estaba al borde, así que le dije que el mensaje que leí decía clarito DE URGENCIA, y las urgencias no saben qué día de la semana es. En ese momento se viraron dos mujeres que estaban cerca escuchando, y una de ellas resultó ser la mamá de la nena. Luego de sonreír aliviada nos agradeció por haber ido, y nos pidió tímidamente que regresemos al día siguiente porque lo que se necesitaba eran plaquetas y no había nadie que haga las pruebas de compatibilidad en ese momento. 

Nos despedimos y alcanzamos a escuchar que se iban comprar una pinta de sangre al Hospital, así que las llevamos. Paramos antes en la Cruz Roja, pero fue por gusto, porque contrariamente a lo que creí, no venden ni regalan sangre, a menos que haya una orden firmada por el médico (al que no le gusta que lo molesten el domingo), y aun así es poco probable que la sangre del donante llegue a las venas de la persona a la que quiera donarle. Algo difícil de explicar y mas difícil de entender.

En el camino al Hospital supimos cómo funcionaban las cosas para Diana, esta joven mamá de la pequeña Ashley, quien a los cuatro años padecía de leucemia, detectada casi desde que nació. Le pregunté si era su hermana la otra mujer que la acompañaba, y resultó ser una desconocida que se acercó a ayudar como nosotros, y aunque no era compatible su sangre, llevaba en una fundita los $120, entre monedas y billetes arrugados, que pagaría por la pinta de sangre para la pequeña. Me dio vergüenza. Yo nunca he hecho algo así por un desconocido, peor en la joda económica que ya es costumbre. Pero esta señora era tan o más o humilde que Diana, se notaba que lo que estaba entregando, no le sobraba, sino que le faltaba, pero lo hacía con amor, retribuyendo lo que personas caritativas hicieron por su hijo cuando lo necesitó años atrás, sintiendo que así, poco a poco, algún día tendrá en medio de su dolor, el consuelo que necesita para aceptar su pérdida.

Entramos a buscar la sangre que necesitaban, y luego de pasar por un segundo guardia amargado, nos encontramos con una sala de espera medio vacía, al fondo un chico vestido de enfermero revisando su facebook sin molestarse en alzar la cabeza, y en una de las oficinas con la puerta entreabierta estaba una mujer que parecía ser la encargada, de esas a las que les encanta que le adivinen su título universitario, y si le dicen magíster, mejor. La mujer estaba hablando por teléfono, y aún cuando notó nuestra presencia, y sobre todo mi mirada que muy seguramente le quemaba la nuca, ni se inmutó y siguió contándole a su comadre Juana sobre el ramo de flores que el estúpido del marido le llevó a la vecina. 

Mientras tanto la pobre Diana caminaba de un lado al otro, preocupada porque dejó a su hijita dormida en el área de cuidados intensivos.

Estas cosas me enferman, la paciencia no aparece simplemente por contar del 1 al 10. Así que me puse alado de la oreja de la fulana y grité como en tienda: "A ver, ¿Hay alguien que me atienda, o estamos todos ocupaditossss en el chisme y la chacotada?"  Luego de cerrar el teléfono, le arranchó los papeles de la autorización a Diana, le gritó por un error en el orden de los apellidos (error que no fue de ella sino de la inepta de SOLCA), y me tiró la puerta de la oficina en la cara.  Esto es lo que reciben los familiares, como si no fuera suficiente con lo que viven con sus hijos, sus nietos, sus padres o sus hermanos con cáncer, también les toca lidiar con esto en la antesala del infierno.

Le pedí autorización a Diana para usar mis métodos con la seudo enfermera, pero no me lo permitió, y encima ella me consoló a mí cuando me dio un berrinche de impotencia! Segundo momento vergonzoso.

Salimos luego de casi dos horas de trámite, papeleo y ganas de jodernos de la fulana. En el camino de regreso veía en el asiento a esta chica de no mas de 25 años, sentada abrazada a esa hielerita llena de otra esperanza para su hija. El silencio era demasiado, así que le pregunté por el papá de la nena, tercer momento vergonzoso. Me contó que la abandonó, que no pudo aguantar tanta atención de ella hacia a su hija, que se sentía desplazado, desatendido, y en su bestialidad la imaginaba coqueteando con los guardias y los enfermeros, usando a su hija como pantalla. Vuelvo a tener sentimientos horribles, y contar números sigue sin servir.

El martes siguiente hicieron la extracción y unos días después la plaquetoféresis. Fueron unas semanas difíciles, con la nenita muy débil, algunos días con fiebre y durmiendo todo el día, y otros días algo animada pero aburrida en esas cuatro paredes heladas. 

Me enteré que quería ser balletista , así que le hice unos títeres y un cuento para que jugara y soñara.





Nunca la conocí, no me dejaron entrar a verla cuando le llevé su regalo, dijeron que solo podía entrar una persona, y ya estaba con su mamá. Nunca entenderé la insensibilidad de esa gente. En serio quise abrazarla y contarle historias y enseñarle la canción del elefante de orejas grandes, y reírnos, así como jugaba con mis tres Marías. Nunca pude hacerlo.

Seguí conversando con Diana y supe que la pequeña estaba lista para el trasplante de médula, y que tenía dos cordones umbilicales reservados para ella, más esperanza.  

Durante 1 mes le escribí preguntando por la nena y no recibí ninguna respuesta, hasta ayer. En su perfil del celular tenía una foto de un lazo negro con un mensaje: "Te recordaremos por siempre Ashley" 

Diana se quedó sin palabras para responderme y yo no tengo palabras para ella. No quiero consolarla, no puedo, no sé cómo, solo tengo una tristeza enorme por esa mamá y esa niña que lucharon juntas hasta el final. 

Debería creer que algún día conoceré a esta pequeñita que soñaba con poder bailar de puntillas, ojalá cuando me vea, ella pueda reconocerme.