Nunca tuve 39 años porque solo cumplo números pares, sin embargo hace un par de días, mientras
todos celebraban el día del padre y yo me negaba desde hace tiempo a cumplir
los 40, pensé seriamente cumplir por dos años consecutivos, nuevamente 38.
Sin importar la edad, yo ya tenía
planeado el regalo que quería: amanecer con la tribu en una isla desierta, cosa
que no les hizo nada de gracia, ya que no hemos tenido buenas experiencias en
islas.
Haciéndome la sorda con las
quejas, empacamos todo lo necesario para acampar en mi isla desierta que ya
había localizado en internet, y que estaba segura que sería una aventura
divertidísima.
Llegamos al pueblo luego de tres
horas y media de un viaje casi saboteado por tres mocosas adolescentes que
querían acortar camino en una playa mas divertida. Allí debimos buscar un
lanchero que nos quisiera llevar a la isla a esa hora (casi las 7 de la noche),
pero lo más difícil fue encontrar una tienda abierta para comprar lo que sería
nuestro desayuno del día siguiente, en medio de calles cercadas, cables llenos
de papeles de colores, torres de jabas de cerveza y parlantes gigantescos listos
para reventar tímpanos por la fechita festiva
Por fin, con carpa, colchones,
parasol, mochilas, comida, linterna, leña, celular prestado y tribu, nos
subimos al bote que nos llevaría al inicio de una aventura digna de contar.
Luego de 15 minutos de viaje, nos
despedimos del lanchero que nos dejó en la isla desierta en medio del Océano Pacífico,
con la promesa de regresar a recogernos al día siguiente. Ahora sí, todos
felices y emocionados, tratamos por gusto de prender la fogata hasta que se
acabó toda la gasolina que nos dieron, así que terminamos armando la carpa de oído.
No sé en qué momento nos quedamos
dormidos, hasta que me despertó de golpe una llamada a mi celular a las 12 de
la noche deseándome un Feliz cumpleaños. Gracias a esa llamada, pude escuchar
unas pisadas alrededor de la carpa y alguien como tratando de abrir el cierre. Me levanté de un salto para ver a través de la “ventanita”
del techo, quien andaba por allí. Casi me muero cuando vi la sombra de un bote
frente a nosotros, sin una sola luz, a pocos metros de la orilla.
La situación era esta: 4 mujeres,
un hombre y el único objeto de defensa personal, lo suficientemente efectivo
para dar un golpe, era una linterna. Entré en pánico, las niñas entraron en
pánico, y antes de que me olvide de pensar, usé el celular prestado para llamar
a Gary, nuestro único contacto en tierra firme.
Con “la copa rota” de fondo, el
celebrado papá alcanzó a contestarme que no me preocupe porque solo eran
pescadores en la faena, y cerró.
Tratamos de tranquilizar a las
niñas con un “todo está bien”, pero ya no se puede ni hablar en inglés para que
no entiendan, ni mentirles al apuro, se han hecho vivísimas. Así que Toñito
y yo nos convertimos en los centinelas de la noche, y mientras nos turnábamos para
tener chequeado cada movimiento del bote, escuchamos otra vez el ruido cerca
del cierre de la carpa. Cuando alumbramos con la linterna, vimos que “algo” le
había hecho un horrendo hueco a la carpa y a la funda con el desayuno.
Ahora si estábamos a merced de
piratas y animales muertos de hambre. Mi isla encantada se convirtió de pronto en
la isla siniestra, y mi imaginación voló hasta vernos en la primera plana de un
diario sensacionalista que incluía secuestros alienígenas y vudú, mientras
Toñito se arrepentía de haber vaciado la vejiga en el monte, en lugar de marcar
territorio alrededor de la carpa, así como aprendió en “A prueba de todo”.
Volviendo a la realidad, pusimos
las mochilas alrededor del hueco, y escondimos la comida debajo de los
colchones para alejar a lo que sea que quería comérsela.
El por nosotros bautizado narco-bote-fantasma,
se fue a las 4 de la mañana, y con la primera luz del día por fin se cerraron
nuestros ojos, olvidándonos de las fieras sueltas que se supone solo cazan en
la noche.
Nos despertamos a las 8 de la
mañana, y luego de revisar que estábamos completos, salimos para descubrir las huellas
de algún cuadrúpedo alrededor de toda la carpa.
El hambre nos hizo olvidar la mala noche, y devoramos con ganas las malísimas galletas con queso crema que ni el cuadrúpedo se quiso comer, nos pusimos los snorkels, las aletas, y nos lanzamos al mar.
Vivir estas aventuras los cinco, nandando entre cardúmenes de peces plateados, azules, diminutos, otros enormes, ver el fondo del mar lleno de corales y erizos, mientras los piqueros patas azules revolotean en las rocas y las gaviotas en el cielo, hizo mi cumpleaños número 40 el mejor cumpleaños de mi vida, y un día que recordaremos por siempre.
Porque definitivamente no importa donde estemos, lo que importa es que estemos los cinco.
Vivir estas aventuras los cinco, nandando entre cardúmenes de peces plateados, azules, diminutos, otros enormes, ver el fondo del mar lleno de corales y erizos, mientras los piqueros patas azules revolotean en las rocas y las gaviotas en el cielo, hizo mi cumpleaños número 40 el mejor cumpleaños de mi vida, y un día que recordaremos por siempre.
yo quiero ir allí con vosotros aventureros!!! muy bien una historia feliz más para recordar!!
ResponderEliminarBesos
Wowww, se ve que la pasaron divino! Yo te digo, si tengo que elegir alguna playa en el mundo, aunque parezca raro, elijo las argentinas. Me gusta el ambiente que se da, la gente tomando mate y comiendo facturas (mate bien calentito porque sopla un viento que ni te cuento), los chicos jugando unos con otros, todos juntos porque en el verano se llena y estamos todos uno al lado del otro compartiendo historias, el partidito de futbol que se arma cuando baja el sol. En fin, cuando yo puedo me reservo un alquiler temporario en Buenos Aires y me voy para la costa atlántica que tienen. A mí me encanta!
ResponderEliminarHey Bianca, gracias por visitarme. Si, la verdad la pasamos divino aunque con sustos. Buenos Aires está en mis planes de visita, espero pronto poder ir y ya te contaré.
ResponderEliminarSaludos!