martes, 23 de octubre de 2012

La Mueblería


Esta es una historia real, basada en algunas fuentes fidedignas y otras no tanto: mi intuición que suele no fallarme, hechos de los que fui testigo, chismes de los vecinos, y crónica roja de un periódico de pueblo.
Por lo menos tres veces a la semana paso por este lugar, y no dejo de pensar en todo lo que dicen las fuentes antes mencionadas que allí sucedió, así que ya no me aguanté las ganas de compartir la historia.


Todo empezó hace unos 13 años, cuando buscábamos muebles para nuestra nueva vida en la playa. Con poco presupuesto y hartas exigencias (como todo personal de clase media que se respete), encontramos una mueblería de bonito nombre y buenos acabados.

El hombre que nos atendió se identificó como el dueño, y aunque en ese momento no me llamó nada la atención en él, dados los hechos que sucedieron después, recuerdo algunos detalles: feucho, manos duras llenas de callos, cortes y goma, treintañero, pausado al hablar y con la cabeza medio agachada esquivando la mirada. Me pareció bastante tímido, pero como no lo quería para marido sino para ebanista, pusimos en sus manos varias fotos de camas, aparador, bufetero y otras cuantas cositas que debían quedar IGUALITAS a las fotos, y con los materiales ofrecidos.

Y así fue que, mientras iba, me le instalaba, lo presionaba para que no se pase de la fecha, lo hacía cambiar colores, materiales, y muchos etcéteras de mi adorable personalidad, vi entrar un día al taller a una atractiva rubia, altísima, flaquísima, de grandes ojos azules y nariz perfilada, que pensé sería una modelo-cliente, pero resulto ser la callada y seria esposa.

Mis visitas al pobre hombre se hicieron muy seguidas, pero la verdad es que me importaba más la historia detrás de ese matrimonio que la litera donde dormirían mis hijitas.

El día que le escuche el acento colombiano a la mujer, y la vi entrar de la mano con un chiquito igualito al padre, me armé la historia en mi cabeza, la cual incluía interés económico, la búsqueda de una vida tranquila lejos de la guerrilla, fallas de la píldora, etc.
Cuando casi estaban listos mis muebles, apareció en escena otra rubia, pero esta en cambio curvilínea, alegre y con la cumbia en la piel. Ahora la historia en mi cabeza tenía nuevos ingredientes: barra, frontera, sin papeles, triángulo amoroso.


Para mi mala suerte me entregaron los muebles y ya no tuve pretexto de atormentar al hombre con mi presencia diaria, así que se quedó truncada mi historia, pero solo unos cuantos años.

Quien diría que media década después me enteraría de casualidad de los hechos macabros que se dieron en esa mueblería, algo que hubiese sido un buen argumento para mi novela policíaca, si supiera como escribir una.

Cuenta la leyenda que esto fue lo que pasó:


La rubia flaquísima efectivamente era la esposa que se casó con el ebanista, ella por interés y él por pantalla, y viendo que el negocio era próspero, mandó a ver a su hermana, la rubia curvilínea, para que la ayude a sacarle plata a su trabajador y tacaño marido.

Un día llega de visita el mejor amigo del ebanista, visto con malos ojos por las coloradas, no solo por no perder la costumbre típica de las mujeres contra los amigotes de nuestros esposos, sino porque lo nombraron Contador, y empezó a ajustar a las botarates estas. Macro error.

Así empezó la cruenta pelea de todos los días en los que se inculpaban mutuamente faltantes de dinero, amenazas de “o él, o yo” y viceversa. Sí, leyó bien, parece ser que el mejor amigo y Contador, compartía mas que el Debe y el Haber con el ebanista.

Llegó la noche en que la esposa no pudo soportar mas la humillación, empacó sus maletas, cogió al muchachito y se despidió para no volver. Eso sí, amenazando que de no recibir una buena cantidad por su silencio, lo suficiente para rehacer su vida en alguna isla caribeña, que el muchachito vaya a una buena universidad, y la renovación semestral de ropero, divulgaría las preferencias del esposo a diestra y siniestra, con aumentos coloridos y todo.

El ebanista no soportó las amenazas, ni que se lleven a su pequeño sucesor ebanista en proceso, y en un ataque de ira descontrolada, sacó un revólver y le propinó un par de balazos a la rubia flaquísima.  

Aterrado y arrepentido de ver muerta a la madre de su retoño, decidió acabar con su vida allí mismo, junto al cuerpo inmóvil de su esposa.

Pero como la vida es así, tan extraña que parece película, la historia tuvo otro final.

Resulta que los vecinos alertados por los disparos llamaron a la policía, a la ambulancia, a los periodistas, a las comadres, etc, y cuando llegaron todos, comprobaron la muerte instantánea del ebanista, pero la chica aún estaba con vida, la llevaron a la clínica, se recuperó de sus heridas y se fue sin rumbo fijo cuando la dieron de alta.

No sé más, me hago mis historias sobre la flaca y su nueva vida, el niño y sus traumas, el local de la mueblería que hoy es un Centro de Culto Evangelista, y nada tiene final feliz, asi que mejor relato lo que sé, porque lo que me invento termina siendo muy parecido a la realidad.

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