jueves, 27 de octubre de 2016

Begin Again


Hay cientos de cosas que he dejado de escribir, en parte porque me robaron la computadora y recuperarme del coraje de haber perdido la mitad de mi vida en fotos toma su tiempo, y aunque esta casa parece un cyber, cada maquinita tiene la maña de su dueño. La de la María menor por ejemplo, no tiene Word asi que tengo que usar la versión online con sus terribles limitaciones, y si abro más de dos pestañas al mismo tiempo se apaga. Ella dice que no es ningún virus por ver películas en SeriesPepito, sino porque vino con defectos de fábrica, o sea la computadora. La de la María mayor es una Mac, y no entiendo a donde se me va todo cuando aplasto algo que no debí aplastar. La del esposo está en inglés y tengo que ir tecla por tecla hasta descubrir la ñ o el signo de interrogación, información que inevitablemente se me olvida en el siguiente párrafo.

Pero bueno, ahora con algo de tiempo y aprovechando la ausencia de personal, voy a armarme de paciencia con la menos mañosa, sentarme relajadamente en mi balcón con un cafecito caliente y a ver que sale.

La historia del robo es bastante fuerte, sobre todo luego de descubrir que estuve algunos minutos sola con el ladrón dentro de la casa, pero también creo que fue algo necesario. Ese robo cerró por fin una etapa. 

Ya desde hace algún tiempo no me sentía bien en esa casa, era como si el buen ánimo se estuviera escapando por alguna rendija. Había tantas reparaciones por hacer y nunca alcanzaba el tiempo ni las ganas. La gente alrededor no era agradable, y la verdad yo tampoco. ¿Sería que la casa, que antes de nuestra llegada tuvo su historia novelesca me estaba absorbiendo?

No creo en espíritus chocarreros. Ya este mundo es lo suficientemente terrorífico para que encima veamos adefesios de ultratumba, además siempre he pensado que de existir los demonios me han de tener miedo a mí. Sin embargo, la mala vibra es real, y viene de las entrañas de la gente vivita.

Ese sábado fue el primero en años que no fuimos todos a la playa. A última hora me quedé acompañando a la María mayor que tenía algunos trabajos pendientes de la Universidad, y el esposo se fue con las Marías menores a un campeonato en el norte.

Luego de pasar fuera todo el día, regresé en la noche a la casa. Cuando abrí la puerta escuché un ruido que venía del segundo piso, como de cosas cayéndose. No le di importancia, convencida de que eran mis gatos rompiendo algo, así que entré, cerré la puerta y caminé hacia la cocina. Fue allí cuando vi la puerta corrediza del comedor abierta. Estaba casi segura de haberla cerrado al salir, y mientras dudaba, escuché otro ruido arriba, como de alguien corriendo.

Me acerqué intrigada a la escalera y prendí las luces de la casa. Definitivamente mis gatos no tienen botas, así que algo raro estaba pasando. Mi instinto fue subir las escaleras, pero el sentido común me hizo preguntar: ¿Hay alguien arriba? Silencio total. Segundos después el correteo y cosas cayéndose al piso retumbaron en mi cabeza como un grito que me decía ¡HUYE TONTA!

Salí corriendo y me paré en frente de la casa pensando ¡Qué carajo! ¿Será verdad que aquí penan? Así era mi fe en la humanidad... Hasta que vi a un tipo con su botín saltar por la ventana de mi cuarto al techo del garaje, pasarse a la casa del vecino, correr por un bordillo hacia atrás, y lanzarse al manglar donde se une el muro que separa las casas de un brazo del Estero Salado, allí donde descansa en paz Campanita.

Este profanador me remeció el piso, y no por las cosas que se llevó, sino por los demonios que dejó junto a su afilado cuchillo en mi cama.
Luego tuve que lidiar hasta las 3 de la mañana con un grupo de policías expertos en huellas dactilares que me llenaron de polvo negro la casa, aun cuando les dije que el cuchillo no era mío y las únicas huellas que debía tener eran las del ladrón. Tonta yo, igual cubrieron la casa de forma técnica, exhaustiva, metódica y rigurosa por si los gatos eran cómplices, y entre escena y escena me pedían que los apoye porque no tenían ni para la gasolina. 

Las visitas y llamadas de los guardianes del orden se extendieron semanas, hasta que se convencieron de que yo soy una ciudadana que quiere creer que los servidores públicos deben hacer su trabajo sin propinas, solo allí me dejaron en paz y no tuvieron más sospechosos queriendo colaborar.   Mágico mi país.

La administración de la ciudadela fue otra joya. Resulta que yo fui la culpable por no tener blindaje electrificado en mi casa, o por lo menos un Pitbull, y no fue necesaria la investigación porque según me indicaron con vehemencia, el dueño de la empresa de seguridad es un Héroe del Cenepa. Aplausos masivos.





Esa payasada fue peor que el robo, así que decidí que ya fue suficiente en ese lugar, y enfocada en lo que quería, encontré este espacio que nos encanta, rodeado de árboles, leyendas y muchos gatos.


No me agrada que el señor Roper sea admirador de las FARC, tanto que su gato favorito se llama Mono Jojoy en honor al guerrillero, pero fuera de eso creo que es inofensivo. Aun así no simpatizamos mucho, él dice que soy muy intensa,  y tengo razones para creer que le habla mal de mi a los vecinos. 

No estaremos mucho tiempo por aquí, pero mientras tanto disfruto de los techos altos, del altillo convertido en un Boho-Room, de los desayunos en mi enorme balcón, del bosque y de la red wifi de la alcaldía. 

Aquí me siento de nuevo una Mom in wonderland.

viernes, 1 de julio de 2016

CUANDO TODO VALE LA PENA


Hay frases alentadoras indudablemente, y cuando son citadas por personas representativas como que llegan más y te hacen creer que pueden salir del papel, la tarjeta o el meme, y cobrar vida.

Mis hijas menores conocieron el surf casi al mismo tiempo de conocer el mar, y algunos años mas tarde entraron al complicado mundo de las competencias.

Fueron años de triunfos, barras, medallas, llantos, úlceras gástricas, y mucho material para cartas y blogs. Lo mas importante fueron los aprendizajes, que aunque sin ser muy pedagógicos, lograron su cometido, enseñar lecciones y crecer, a las bravas, pero crecer.

Hoy tengo en mis manos un documento de la Federación Ecuatoriana de Surf dirigida a mi hija menor, que dice entre otras cosas lo siguiente:




1 – Designarla SELECCIONADA ECUATORIANA TITULAR para conformar la Selección Ecuatoriana Junior de Surf, que participará en el VISSLA ISA WORLD JUNIOR SURFING CHAMPIONSHIP 2016 que se realizará en Azores Islands – Portugal.

Se oye lindo, emocionante, se hincha el pecho, y se pone mejor:

2 – Felicitarla por tal honrosa distinción, conocedores de que conforme a su extraordinaria actuación en el deporte, sabrá una vez más, poner en planos estelares, el nombre de nuestro País, en beneficio del Surf Ecuatoriano.

Es en serio? Buenísimo! La Federación Ecuatoriana de Surf reconoce los logros de la deportista que va tras sus sueños.

Pero, luego de hincharse el pecho, inevitablemente le hicieron caliche y lo desinflaron con los siguientes numerales, que entre bla bla bla se resume que No hay plata para mandar al Mundial a ningún seleccionado nacional, por bueno que sea y por honrosa que sea la distinción.

Chas, de un plumazo te desinflan el orgullo, el sueño y las ganas.

Pero, como las mamás hacemos lo imposible por nuestros hijos, empecé mi campaña de lograr su sueño.

así fue como llegué a la cuenta de Twitter del Ministro de Deporte, Xavier Enderica Salgado, y descubrí que este ex campeón sudamericano de natación, tiene muchas frases motivadoras en las que ha de creer, porque al fin y al cabo, luego de ser Medallista, es Ministro, todo un logro inspirador.




Empecé entonces a enviarle tuits que no ha contestado, y aunque sé que es un Community Manager quien maneja su cuenta y no necesariamente él, esta al tanto de lo que escribo, sino cómo se explica que ante cualquier amenaza o chiste de mal gusto hecho por X tuitero a cualquier servidor público, a los 10 minutos ya tienen hasta su muestra de ADN y es amplio material para las sabatinas, si señor, así es.


Mis tuits son mas bien informativos, poco dignos de persecución, espero:



Como la frase del Ministro, espero que esto valga la pena, así que no desistiré hasta alcanzar la meta. Para mi es cómodo y fácil, desde mi celular o sentada frente a la computadora.

Ah, pero para quién fue difícil llegar hasta aquí para alcanzar su meta fue mi hija, la deportista, la jovencita de 17 años que se mete a remar como si le hubieran dado cuerda, la que se aguanta el miedo a las olas grandes, la que se cuida en lo que come y se saca el aire entrenando, la que siempre tiene una sonrisa dulce y lágrimas de alegría porque es llorona como ella sola, la que me dice que le encanta verme saltando en las rocas y gritando “Vamos negrita, Dale!”, la que quiere cerrar su ciclo de competencias con su sueño, su último Mundial.  







martes, 7 de junio de 2016

Mi propio Eat, Pray and Love



Cuando meditas durante mucho tiempo […] acaba brillando la gloria de la Divinidad. Te das cuenta entonces de que siempre ha habido algo hermosísimo dentro de ti, y no lo sabías».
-Paramahansa Yogananda 

Tal vez este camino lo empecé a recorrer hace más de un año sin saberlo.

Mi esposo tenía un par de meses sin ingresos fijos y las cosas estaban bastante difíciles, por eso fue una oportunidad increíble cuando nos propusieron entregar el almuerzo del personal de una empresa.

Mi respuesta inmediata fue Por supuesto! Solo habían dos pequeños detalles: no sabía cocinar, ni tenía idea de los costos de nada.

Mi familia había sobrevivido todos estos años con cuatro únicas comidas: pollo apanado con puré y arroz; carne frita con menestra Facundo; seco de pollo (con el refrito licuado); y pollo con fideos y salsa de sobre. Bueno, y una que otra variante básica y sencilla.

Eso no era saber cocinar, mucho menos para 200 personas!

Recordé entonces a la mamá de una buena amiga de mi infancia. Al enviudar, ella emprendió algunos proyectos y todos sus negocios tuvieron éxito, la comida fue uno de ellos. Así que le pedí su opinión, si ella estaba dispuesta a enseñarme cómo hacerlo entonces aceptaría el reto. 

Generosa y pacientemente me enseñó los secretos y no tan secretos de la cocina. Con cuántas papas se hace un locro, cómo se pica la cebolla, cuántas presas salen de un pollo, cómo hacer el aliño perfecto, entre miles de cosas más, de las cuáles no tenía ni idea, y que llenaba sin parar en mi agenda.

Yo estaba impaciente por empezar a pelar una papa, y mi maestra no me dejaba acercarme a la cocina. Mi primera lección fue un trabajo de campo: averiguar costos de cada ingrediente en todos los mercados y comercios de Guayaquil.

Amanecer a las 5 am en el Mercado de Transferencias no fue tan difícil como aprender los diferentes cortes de carnes, conversión de medidas y aplicar la regla de tres simple para sacar la relación de peso y cantidad. No solo me sentía en el colegio de nuevo, sino que me convertí en el impaciente Daniel, el jovenzuelo de Karate Kid.   

Durante 15 días, desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, mi Señora Miyagi estuvo compartiendo conmigo sus dotes culinarias, y lo que por momentos me parecía exagerado y excéntrico, terminó siendo necesario para mi aprendizaje.

Nada saldría de su cocina sin antes ella haberlo probado, así que finalmente el gran día había llegado. Me ordenó hacer un plato yo sola, desde el principio hasta el final, ante su mirada fija con la ceja alzada y un cigarrillo en la mano mientras me tomaba el tiempo.

Presentación del plato, consistencia y sabor; las tres cosas que analizaba en silencio. Cuando por fin le estiré el plato con terror, me dio su veredicto con estas palabras: “Hija, que orgullosa estoy de ti! Has superado al maestro”  

Mi primera Fritada
Lloré de la emoción! Esas palabras venidas de alguien tan estricta y perfeccionista eran invaluables! Ya estaba lista para cocinar sola, o al menos eso creí.

Las semanas siguientes me dejó equivocarme en las medidas, los tiempos y la sazón. Se me quemaron muchas cosas, me enseñó a reparar algunas y a tirar sin remedio otras.

Fueron meses de intenso trabajo. Cuando no estaba cocinando, preparaba el menú para la siguiente semana, compraba los ingredientes por quintales para bajar los costos, recorría todos los mercados o repartía la comida.

Los jueves se convirtieron en todo un reto, entregando además de los almuerzos de toda la semana, cenas para la Fundación "Pan para mi Hermano", una hermosa obra de la que fuimos parte. 




Los aprendizajes que todos ganamos superan a lo demás. Toda la familia se involucró y compartimos esta etapa que nos dejó grandes lecciones, que sin duda nos prepararían para lo que vendría después.

Mi negocio de la comida duró solo un año. Estuve a punto de tirar la toalla algunas veces, porque conocí de primera mano las bajezas del ser humano. Solo el consejo amoroso de una de mis hermanas de corazón impidió que abandonara el reto. Sin caer en detalles que no quiero recordar, solo diré que la ambición y la envidia de las personas a quienes alimentaba, hicieron que terminara mi contrato. Sin embargo, en lugar de deprimirme, entendí que esa era una lección para mi ego, y la vida se encargó después de llevarme por otro camino, uno para el que recién empezaba a estar lista.

Hoy veo las cosas de una forma muy distinta. 

Durante la primera etapa de mi cocina empecé sintiéndome la protagonista de “Como agua para Chocolate”, poniéndole a cada queja más pasión, a cada comentario negativo un ingrediente más delicado. Pero luego el título más apropiado fue “Eat, Pray, Love”, y el aceite de oliva que utilicé fue acompañado de una oración de agradecimiento y buenos deseos.

Al final, todo termina regresándonos.  

Namaste.

  

domingo, 5 de junio de 2016

EL TERREMOTO QUE NOS DESPERTÓ




arte donado por Andrea Game para "Diseñando con corazón"


19 días pasaron desde que la tierra tembló. 

Nosotros estábamos en el carro cuando vimos caer las rocas de la montaña sobre la carretera. Tardamos unos segundos para entender lo que pasaba, y luego vino la oscuridad. 

Media hora después empezamos a recibir las pocas noticias que llegaban por las redes sociales. Así supimos que nuestros amigos de Pedernales, Manta, Canoa, Jama, estaban en una grave situación, con las ciudades y poblados destruidos, personas sepultadas, familias separadas, y el país incomunicado empezó a desesperarse y a reaccionar.

Nadie preguntó cómo empezar a ayudar, simplemente se lo hizo, sin detenerse a pensar, el Ecuador se unió en una hermandad que ninguna guerra ha podido lograr.

Hoy, 19 días después, llegamos a Manta, y las historias nos siguen impactando, porque están intactas en los pedazos de ladrillo, en los vidrios rotos, en las calles cuarteadas, en las miradas, en la piel.

Nuestra primera visita fue a una de las tantas familias que no pueden entrar a sus casas por temor a que se desplomen.




Cuatro generaciones agradecidas por estar con vida, cocinan, duermen y pasan las horas a la intemperie, en un improvisado hogar donde aún hay un espacio más para el vecino que lo perdió todo.
















La anciana abuela llora, tiene pesadillas, recuerda el terror que vivió y solo la consuela que sus cuatro hijos están vivos.



Nuestra siguiente visita fue al padre Andrés en la Iglesia Sagrado Corazón. 

Vimos con alegría que los kits que durante las semanas anteriores habíamos ayudado a preparar, eran recibidos y distribuidos por ellos. 

Rodeado de madres y jóvenes voluntarios que trabajan casi sin descanso, este sacerdote sin horarios, ese compromiso que da la verdadera vocación de servicio, nos explicó que los colchones y camas donados por nuestras amigas de "Caramel Clothing", son entregados en las noches, así realmente llega a quienes no tienen donde dormir y están en el suelo.









Luego acompañamos a las voluntarias a uno de los albergues instalados en el colegio Manta.

150 carpas donadas por la República de Colombia, se ordenaban en línea recta bajo el techo de la cancha. Nuestro trabajo aquí fue ayudar al Sacerdote con el censo, para que pueda entregar todos los víveres correctamente.



Me sentí un poco incómoda parada con mi cámara frente a la triste realidad de estas familias. 

Les pedí permiso para tomar algunas fotos, y me sorprendí al verlos posando con una sonrisa, ellos querían contarme sus historias.




Martita tiene 3 años y una energía que no se agota. Orgullosa nos enseñó como mantiene limpia su carpa-hogar con su escoba partida, y sus peluches perfectamente ordenados sobre su colchón.






Anthony me sonreía con sus preciosos ojos color miel. Me acompañó en mi recorrido, y estaba muy interesado en aprender a tomar fotos, así que luego de posar para mí, nos tomó una a nosotros también, una del recuerdo, que luego de algunos intentos y aunque un poco desenfocada, nos hizo sentir orgullosos. 







Uno de los adultos más simpáticos que recuerdo fue el payaso Naricita. 

Su nariz, maquillaje y trajes quedaron sepultados con su casa, pero aun así tiene el buen humor y las ganas de hacer reír un par de noches a la semana a sus nuevos vecinos, en un teatro improvisado que logra hacerlos olvidar por un momento por qué están allí. 

Cuando le pedí posar para la foto, se sacó del pecho un pedazo de tela doblada que abrió con orgullo diciendo que la lleva a todos lados; era la bandera de nuestro país, el país que tembló y que ahora siento más unido que nunca.


En el refugio pasan las horas en relativa paz, sin embargo es inevitable la molestia de saber que hay un cuarto lleno de ropa que no les reparten, y cajas que salen en la noche hacia un destino distinto al que creen los donantes.

La noche anterior se llevaron en la ambulancia a un grupo de niños enfermos por tomar agua embotellada dañada, donaciones que estuvieron demasiado tiempo enterradas en la burocracia.

En dos días empezarán las clases y estas familias serán reubicadas en otros lugares, todavía no están seguras de a dónde irán, y cuando se acerca el momento de despedirme, ellos me dictan sus números de teléfono para que los llame, para que no los olvide.

Salimos de allí en silencio, pensativos, sintiendo que pudimos haber hecho mucho más, y con el compromiso de no abandonarlos.

Estuvimos en la zona cero, la más afectada, la que aún sigue acordonada y resguardada por militares.

Me permitieron avanzar por la calle mientras tomaba algunas fotos. 


Me sentí caminando en cámara lenta, por esas calles solitarias y en un triste silencio, imaginándome cuantas familias nacieron y murieron allí, cuantas historias detrás del hogar que perdieron. 

















Los stickers en una pared del tercer piso me dicen que allí dormía un niño, y pienso que podrían haber sido Anthony, Kevin, Martita... o mis hijas.






Llegamos a Manta siendo unas personas, y salimos siendo otras. Cada uno de nosotros en su silencio, está construyendo lo necesario para sostener a quienes desde hoy y para siempre llamaremos hermanos.

 



lunes, 4 de enero de 2016

These Foolish Things




Pasar un fin de año diferente en uno de los lugares que nos encanta visitar, ese era el plan para un buen comienzo del 2016, vaticinando así felices viajes con la tribu y más anécdotas para los nietos. Pero lo que estábamos por vivir fue mucho más allá de eso.

Salimos a las 3 am de Guayaquil con rumbo a Piscinas, una playa junto a Lobitos que podría llamarse una comunidad de surfistas, donde no hay nada más que hacer sino surfear y tomar fotos de cómo surfean, siempre y cuando hayan olas que surfear…

Luego de un viaje tranquilo llegamos a nuestro hostal, el único de la zona, super sencillo y acogedor, abandonado en la mitad del desierto frente al mar, el lugar perfecto para recibir el año desconectados de todo.








Pero, viajar con adolescentes suele dañar los planes de desconexión, y cuando empezábamos a acurrucarnos para reparar el sueño perdido, ellas ya estaban arreglándose para una fiesta que “no tenían idea de estar invitadas” ni que “todas sus amigas irían”, y de adivinas habían llevado el "outfit" completo. 

Yo dije que no, pero el buen papá dijo que bueno, así que nos esperaba una hora de viaje para llegar al lugar de la fiestita.

En pleno maquillaje del clan se fue la luz en 10 kms a la redonda, primera señal de que sería mejor quedarnos, pero apareció el dueño del hostal ofreciéndonos algo inusual, llevarnos a que nos duchemos en su casa a 5 minutos de allí.

Fuimos Toño y yo con Vasco, el que se convertiría pronto en un simpático personaje de esta historia, quien al saber de nuestros planes nos hizo una seria advertencia: Por nada del mundo ir  por el camino de Talara, y nos contó historias de maleantes disfrazados de viudas, destrucción de carros, asaltos a mano armada, y todos los ingredientes del remake de Carretera al Infierno.



Para ayudarnos a seguir su atajo secreto, rápido y seguro, nos dibujó un mapa, lo que me llevó a asegurar que este chico era aventurero, abogado, activista, defensor de los derechos humanos, animales y vegetales, pero no dibujante.

De más está decir que nos perdimos con el mapa, y para poner la nota toñística de nuestro patriarca, en pleno camino de tierra rodeado de montañas y matorrales que nunca han visto la lluvia, le dio por apagar las únicas luces que alumbraban el camino, y así, en medio de la noche retumbaron los gritos del aterrado personal.

A lo lejos vimos luces y nos tranquilizamos pensando que era la carretera, pero luego de 10 minutos más de tortuoso camino, descubrimos que estábamos dentro de una refinería de petróleo.

Siguieron los gritos mientras tratábamos en vano de descifrar el mapa, cuando vimos a lo lejos acercarse una moto. Más gritos y más historias de terror.

El hombre nos miró, Toñito tartamudeó “Pa-na-me-ri-ca-na”, y el buen motorizado nos hizo una señal para que lo siguiéramos.

Como la tribu está acostumbrada a las historias, leyendas y demás cuentos, no demoraron en decir que en realidad nuestro motorizado salvador era un alma en pena que aparecía en el camino para encontrar a los perdidos, sacrificarlos y ofrendarlos al desierto.

Veinte eternos minutos seguimos al fantasma motorizado, hasta que finalmente llegamos a la tan esperada carretera Panamericana, y como un alma buena, solo nos hizo de la mano y desapareció..


Mentira, se fue por donde vino mientras Justin Bieber cantaba y las chicas coreaban a todo pulmón lo que sería nuestro himno presagiado en ese momento: "Life's worth the living"

Y recibimos la segunda señal de la noche: el carro empezó a fallar.

Pero como nunca le hacemos caso a las señales, viajamos a Punta Veleros a 60 kms por hora, donde cenamos en el hotel de unos amigos que nos dieron la segunda advertencia del día: No se les ocurra por nada del mundo regresar en la madrugada.

La siguiente parada fue Vichayito a dejar a las chicas en la fiesta y luego buscar un lugar tranquilo donde parquear y dormir hasta la hora de recogerlas. Pero encontrar un lugar así en Máncora un 31 de Diciembre, es como esperar encontrar en Sin City un santuario zen.

Luego de dar mil vueltas, el sueño venció a la prudencia, y nos quedamos debajo de un puente acurrucados.

Por fin, las recogimos a las 3:30 am, y así sin pensarlo, desobedeciendo la última advertencia, regresamos al hotel. Luego de perdernos por segunda vez, llegamos a las 5 am y aterrizamos en los colchones.

A la mañana siguiente nos enteramos que nunca regresó la luz, y que recibieron el año con velas y fogata, lo que sonó más divertido que nuestro plan dentro del carro inhalando humo y tierra.


Sin olas, luz ni agua, pasamos esa tarde en la playa y en la noche alrededor de la fogata contando historias de terror, lo que siempre une a la gente, asi que otros huéspedes compartieron generosamente con nosotros sus espíritus chocarreros, lo que nos mandó directo a la cama como una familia unida y feliz.

Hoy el carro no prende, pero no nos importa mucho, tenemos todo el día para solucionarlo.


Mientras tanto las chicas se asolean, la María mayor descubrió que le encanta el ukulele y ya le salen un par de canciones, Toñito hace sus snapchats burlescos, y yo escribo con buena música de fondo, un playlist muy parecido al mío pero con algo de jazz, que parece ser un buen título para esta entrada. 

Las aventuras así, en donde no estás muy cómodo, ni muy limpio, ni muy descansado, solo pueden lograr una cosa: que estés feliz con lo necesario, porque al final, el hogar lo llevas a donde vas.