He dejado pasar 10 años para
poder contar esta historia, ya no vale la pena dejar pasar 10 años más, porque seguiré
teniendo esta enorme tristeza en el corazón.
Mi hermano mayor se convirtió en
mi mejor amigo cuando fuimos adultos, porque de niños era mi protector, y en la
adolescencia nos caíamos muy mal.
Él era el niño bueno que se pasaba horas tranquilito construyendo ciudades de plastilina, que luego yo destruía de un salto con mis zuecos de madera. Él coleccionaba sus G.I. JOE y les hacía fuertes de guerra, y yo los convertía en altares para casarlos con mis Barbies.
Ya en la adolescencia, yo tan pop y él tan metal, apenas nos dirigíamos la palabra, así que aprovechó su talento para el dibujo para mantenerme alejada de su cuarto y de sus cosas, forrando las paredes con dibujos de las portadas más macabras de Iron Maiden.
Mientras que él tocaba algo de Silvio afuera del Burger, rodeado de niños de la calle
a los que luego invitaba a comer, yo tenía accidentes en moto disfrazada de Madonna.
No sé cuál de los dos se avergonzaba más del otro!
Pasados esos años difíciles, él
entendió mi adolescencia rebelde, porque ya había vivido su propio infierno en
un hogar conservador, con el pelo largo y un arete en la oreja, con
su deserción del cuarto año de medicina y su liberal novia chilena. Con paciencia se convirtió en mi consejero y guía, y me ayudó a encontrar mi camino.
El día que empezó esta pesadilla,
me llamó mi papá, y casi sin poder hablar, me dijo que vaya urgente a la casa,
que mi hermano estaba muriendo. Lo primero que pensé es que había tenido un accidente!
Quién llama a decir que tu hermano sano de 33 años, de pronto moría? Antes de cerrarle me dijo: “No vengas
llorando, él está muy positivo, pero yo sé que se va a morir”. Odié a mi papá
por eso.
Llegué a la casa y en voz baja me
lo explicó mejor: mi hermano había tenido dolores en la espalda que atribuyó al
Jiu-Jitsu, y molestias en la boca del estómago, que creyó eran por sus malos hábitos
alimenticios. Lo cierto es, que luego de meses de síntomas ignorados, le
diagnosticaron un tumor en el estómago. Mi papá le hizo una cita inmediata con
un especialista y programaron la extirpación del tumor y los ganglios si fuera
necesario. Me volvió a decir “Tu hermano se nos muere” y yo lo volví a odiar por
ser tan negativo, sin imaginarme que 45 días después, tendría razón.
Fui a verlo, lo abracé, lloré, y
no lo solté. Me miró y me dijo que no me pusiera así, que él necesitaba
fortaleza, y me pidió algo que cumplí a cabalidad desde ese momento: “No
repitas nada malo de lo que oigas, no quiero esa energía cerca, cree en mí, yo
voy a estar bien, te lo prometo”. Y yo también se lo prometí, convirtiéndome en
la celosa guardiana de sus creencias y convicciones, sea cuales fueren, yo las iba
a proteger.
Al día siguiente entró al
quirófano. Nunca voy a olvidar la cara de mi papá cuando salió, me miró y lo vi
derrotado. Nada en su carrera lo preparó para esto. Al buscar el tumor
encontraron metástasis, mi padre se negó a creerlo, hasta que se puso los
guantes y palpó, y su fortaleza se esfumó.
A partir de ese momento vivimos
los peores meses en nuestra familia.
Mi hermano, naturista, hinduista,
con fobia a las inyecciones y a los fármacos, decidió no hacerse quimioterapia,
y eso lo mató en vida a mi padre, quien sigue convencido que debió luchar
contra corriente.
Mi papá le armó una batalla
horrible al mundo, incluida la familia, los amigos y yo. Era la forma de
liberar su frustración por no poder hacer que su hijo viva más.
Cuando mi hermano salió de la
clínica, se mudó a Quito para someterse a las “limpias” de un médico brujo que
le dijo “Yo, a vos ti curo”. Cumplió el ritual sagrado a la perfección, aguantando
azotes con ortiga a las 3 de la madrugada, baños con el agua bajo cero salida del
Chimborazo y licuados negros verdosos de raíces de nombres impronunciables.
Había transcurrido casi un mes, y
los médicos (mi padre incluido), estaban sorprendidos de que mi hermano no necesitara
morfina, dado el avanzado y extendido cáncer de estómago, uno de los más agresivos que hay, así que mi papá
decidió ir a conocer y desenmascarar personalmente al brujo aquel.
La impresión que se llevó lo hizo
enfurecer más: indio de casi medio metro, trenza rozando el piso, uñas largas y
negras, escasos dientes, conversación inentendible y letra peor. ¿Cómo era posible
que su hijo, el que sería la tercera generación de una familia completa de
médicos, insulte su inteligencia de esa manera?
Pero luego de caricaturizar al
brujo, nos confesó que vio a mi hermano con buen ánimo, sin dolor y sin preocupaciones,
así que algún bien parecía estarle haciendo, y por un segundo quiso creer que
se había equivocado en su pronóstico. Él también quiso tener esperanza.
De regreso a Guayaquil, mi
hermano se retiró a las afueras de la ciudad para disfrutar de sus hijos, de la
naturaleza, de la lectura, de la meditación, y poco después nos invitó a su
boda eclesiástica pospuesta por años. Mis hijas y su hijita de 10 años fueron
parte de la corte improvisada, mientras su bebé de 3 meses pasaba de brazo en
brazo, desviando por momentos la atención que teníamos sobre él, tan delgado,
tan cansado.
Cada día estaba más distraído,
como alejado de todos y de su realidad, casi no me hablaba, y por eso no pude
saber lo que estaba sucediendo. Por eso, porque creí que estaba estable, me despedí de él y me fui a acampar a la playa el 2 de enero, llevándome a su hija que no
entendía lo que pasaba y teníamos prohibido explicárselo. Él de verdad creía
que lo superaría, pero sólo hasta ese día.
A las 5 a.m. del día siguiente, me
llamaron a decirme que regrese, que a mi hermano se lo estaban llevando de emergencia en una ambulancia. Se había quedado ciego en la tarde del día anterior, y aterrado
llamó a su brujo que le dijo que el cáncer estaba perdiendo la batalla, que así
mismo era, que no tomara ningún medicamento, solo sus menjurjes, y luego, no le contestó más. Mi papá nunca perdonó que no le
hayan comunicado inmediatamente lo que estaba pasando, porque ese era un claro
síntoma de haber entrado en coma.
Luego supimos que tenía mucho dolor, que
seguía con sus terapias naturistas que incluían baños de vapor, y un
sinnúmero de terribles reacciones físicas que no quiero recordar. Por eso no me
hablaba mucho, por eso le incomodaban nuestras visitas, quería ocultarnos todo lo que
estaba sufriendo, no quería que lo obliguemos a soltarse de esa única esperanza
que nadie más le había dado.
Camino a la clínica yo sólo pensaba en volverlo a ver con vida, y cuando llegué, me acosté a su lado,
agarré su mano, y no volví a soltársela los dos días que me quedé con él, aunque nunca más oí su voz.
Si era verdad que iba a
superarlo, tal vez solo era cuestión de tiempo, tal vez necesitaba más fe para que
se manifieste el milagro de su curación, ese acontecimiento que alguna vez me
dijo que necesitaba la humanidad para recuperar la fe y la esperanza.
Y así, bonachón como era, de mente
abierta y sin prejuicios, había cosechado buenos amigos, tan diferentes y de
creencias opuestas, y empezaron a llegar uno por uno, a despedirse de él.
Apareció alguien con una corona de flores del Templo de Krishna y la colocaron junto a la estampita de
Juan Pablo Segundo, esa que mi mamá lleva a todos lados; fue a visitarlo su
mejor amigo del colegio, hoy Vicario Episcopal, para darle la extremaunción; fueron
los amigos iriólogos, el pariente mormón, el escultor, la actriz, el tatuador, la abuela
Testigo de Jehová, y unos cuantos vaishnavas, ninguno bien visto por mi papá. Pero lo que realmente desató su furia, fue el CD con el mantra OM a todo volumen.
Fue como ver la escena que nos han contado acerca de Jesús expulsando a latigazo
vivo a los mercaderes del Templo. Mandó volando a todos, sin excepción, con radio
y buenas vibras por delante.
Cuando entró el médico a tomar
sus signos vitales, nos dijo que en minutos todo acabaría, que nos preparemos. Me
acerqué a su oído y le dije que el cáncer se había ido, que él estaba mejor,
que necesitaba levantarse, abrir los ojos y ya. Él apenas apretaba mi mano,
nada más. Cuando regresó el médico a la media hora, no se explicó por qué sus
signos vitales habían regresado a la normalidad. Esto sucedió tres o cuatro
veces más. Ahora pienso que esa tontería mía no lo dejaba irse en paz.
Era claro que nada iba a cambiar,
que no existen los milagros, al menos no en su caso, y que todas mis promesas y
rosarios rezados no sirvieron de nada, estaba frente a mi amado hermano,
viéndolo sufrir sin poder hacer nada, así que volví a acercarme a su oído, y
esta vez le prometí que cuidaría a sus hijitos, le pedí que se vaya, y le dije
la oración que rezábamos antes de dormir, esa la de la Virgen María y su Manto.
Salí del cuarto desbastada, y recuerdo haberle reclamado a Dios, le dije que ya basta, que si no lo iba a salvar entonces que se lo lleve de una buena vez. A los pocos minutos
salió mi mamá de la habitación llorando, dijo que mi hermano acababa de morir. Entré rápido y me paré junto a él, justo en el segundo en que suspiró profundamente. Me paralicé, pensé que era el milagro que esperaba. ¿Está vivo?, ¿Se recuperó? Pero no, los médicos dijeron que es una reacción
común, algo así como el último aliento de vida. Yo quiero creer que fui testigo de la partida
de su alma en paz.
Regresé a Salinas con las cenizas
de mi hermano, y al día siguiente fuimos a dejarlas en la mitad del mar junto
con los arreglos de flores que hicieron las niñas.
El mar estaba tranquilo, el
cielo despejado, un rayo de luz cayendo y una gaviota volando sobre nosotros durante
todo el trayecto, como en las películas, pero sin el final feliz.
*acabo de encontrar esta carta escrita por mi hija mayor cuando tenía 11 años.
Recién me doy cuenta que no pidió ningún regalo esa Navidad, solo que su tío esté bien.
Creo que esta fue la última carta que le escribió a Papá Noel, y la última vez que rezó.
*acabo de encontrar esta carta escrita por mi hija mayor cuando tenía 11 años.
Recién me doy cuenta que no pidió ningún regalo esa Navidad, solo que su tío esté bien.
Creo que esta fue la última carta que le escribió a Papá Noel, y la última vez que rezó.
Wow! Impactante relato Baronesa. Cada miembro de la familia es un tesoro para uno, ahora entiendo por qué los Reyes Magos te quitaron esa riqueza como lo fue tu hermano. Aunque esto haya pasado hace diez años, te doy mi sentido pésame. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Héctor, aprecio tus palabras. Un abrazo
ResponderEliminarQue increíble como escribes Sandrita, es como haber estado presente viviendo eso contigo, siempre pienso en lo duro que habrá sido para todos ustedes el haber perdido a un ser tan especial como tu hermano, no lo conocí pero con todos los detalles que ustedes me han contado, siento que sí. Que fuerte que eres al escribir todo esto. Un beso inmenso.
ResponderEliminarGracias Andreita, no fue fácil, me tomó 10 años y empecé a las 7 am y recién pude terminarlo a las 9 de la noche, ya te imaginarás!
ResponderEliminarLo conocí muy bien, y te aseguro que te hubiera adorado!
Besos
Me hiciste llorar, algo muy raro en mi. Debe ser porque empaticé enseguida con tu historia, porque algo de ella me rozó muy de cerca.
ResponderEliminarGracias Carlos por tu visita. Creo que casi todas las familias hemos pasado por la terrible experiencia que conlleva esa enfermedad con C, y nos cambia la vida para siempre.
ResponderEliminar(desde hace 10 años no la nombro, tal vez así no vuelva a rondar por aquí)
Saludos
Hola!! He leído que le enviaste un mensaje a Potro sobre los problemas que tenias con Facebook cuando publicabas tus enlaces. A mi me pasa lo mismo, ¿ Como lo solucionaste? Te dejo mi gmail muchas gracias.
ResponderEliminareliabrosed8@gmail.com