Jueves 7:30 am suena mi celular. Una
voz amable de una señora sesentona dijo mi nombre, y cuando dije “ Sí, soy yo,
quién habla? ”, la amable señora sesentona se volvió una real bestia insultadora.
Entre los muchos epítetos que me dijo, hubo uno en particular que estoy segura
no merezco y despertó mi curiosidad detectivesca. Mi reacción fue hacerle creer
que no la escuchaba con unos Aló Aló Aló?? Mientras ella repetía la descarga, hasta
que cerré el teléfono.
Enseguida volé a guardar el
número para verlo por WhatsApp, y contrario a lo que me dijeron - entre risas burlescas-
mis adolescentes hijas: “Obvio que es un número cualquiera” “Ni siquiera debe
tener aplicaciones ni nada”, allí estaba, con foto y todo. Pero la foto no era
de una señora sesentona, sino de dos niños con la cara medio tapada con sus
gorras. Opción 1: los nietos, Opción 2: foto trucha bajada de la web.
Me quedé con la pica, porque no
era un número equivocado, esa persona dijo mi nombre!
No seguiré explicando mis métodos
de búsqueda, porque nunca hay que revelarse por completo al enemigo, solo diré
que mi opción 1 era la correcta, y que en menos de 10 minutos di con la persona
en cuestión.
Tenía frente a mí el nombre de la
persona a la que estaba registrada la línea, y no lo podía creer. Se trataba de
un conocido y prestigioso abogado, un hombre bastante mayor al que consulté
alguna vez, y recordaba como un caballero. Averigüé además que no le habían
robado el teléfono, no lo había vendido ni prestado, y que incluso lo cargaba
en ese momento.
Entonces la película empezaba a tomar
forma: La esposa de este señor lo había pescado en roja, y muy seguramente
empezó a aplastar uno por uno los números del directorio, de pronto apareció mi
nombre que no le sonaba para nada, y pensó: “Esta es la zorra con la que mi
marido se revuelca, y de ley ha guardado el número con otro nombre para
despistarme” (yo pensaría así). Pero esto era solo una teoría, mi teoría, y
decidí salir de dudas a ver si sirvo para detective.
La llamé un par de veces y no me
contestó, así que le escribí ofendida por sus insultos, diciéndole que era una vergüenza
lo que había hecho, que seguramente ya se dio cuenta que yo no era quien ella creyó,
y que en cambio yo ya sabía quién era ella y su infiel esposo, mientras le
dejaba claro que por lo menos me merecía una disculpa por tamaña puteada tan
temprano en la mañana.
Pensé que allí acabó todo,
hasta que horas más tarde me contestó grosera y amenazante, despertando de
nuevo a la bestia dormida.
Entre insultos van insultos vienen,
amenazas, imágenes sacadas de su Facebook para dejarle claro que yo sabía
perfectamente quien era, y ella contestando irónicamente el miedo que le daba,
terminamos de la única manera como podíamos terminar: siendo amigas.
Mi teoría era correcta, el marido
setentón resultó no ser tan intachable, y guapetón como es se levantó a una
tipilla algunas décadas menor, más por la plata que por la pinta, y allí estaba
la esposa, con escasos conocimientos en informática y sin el canal ID tan útil
en estos casos, haciendo lo único que se le ocurrió, putearme por no hacérsele
conocido mi nombre.
Y es que esa loca sesentona se
encontró con esta loca cuarentona de similares alcances, tanto así que me
dieron ganas de darle un par de consejitos de esposa sicópata, pero no quise
ahondar más en su ego dolido.
Así terminó esa extraña llamada, despidiéndonos
en paz y con un abrazo a la distancia, y por loco que parezca, a mí me quedó la
sensación de “volver al futuro” encontrándome conmigo misma, en una hipotética
situación, con algunas cuantas décadas de por medio.
Baronesa, no sabes cómo me he reídoooo por lo cómico que resulta este relato. A veces nos quedamos perplejos al escuchar una serie de insultos por teléfono, pero siempre suelo pensar que son personas bromistas, pero que sea alguien conocido no lo creo!... Bien hecha tu investigación detectivesca, que bueno que todo se haya solucionado.
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