martes, 10 de mayo de 2011

Mis Múltiples Mascotitas

La primera mascota que recuerdo de mi infancia fue un Pastor Alemán negro y regordete de tres meses que duró 3 días en la casa. Ese fue el comienzo de llantos desconsolados y peleas entre El Bueno: “Pero mira que lindo es, voy a trotar todas las mañanas con él y será nuestro guardián”, y La Mala: “estás loco! Yo no voy a limpiar lo que haga ese perro! Llévatelo o me divorcio!”. Y en la mitad dos niños llorando la vida en vano para que no se lo lleven. No sé por qué a El Bueno le encantaba repetir la historia, sabiendo que La Mala tenía el casette grabado con la misma canción, y los niños el mismo berrinche. Lo cierto es que comenzaron a desfilar los cachorros por la casa y se iban más rápido de lo que llegaban. Me acuerdo de Coka, una Weimaraner hermosa que le destrozo los mandiles a El Bueno, y se hizo malo, mientras La Mala se reía victoriosa.

Se me ocurrió entonces llevar unos gatitos que salvé del guardián piromaniaco de mi colegio. Llegué a mi casa, le dije a El Bueno que tenía un secreto que contarle, y cuando abrí la lonchera y salieron 3 raquíticos y pulgosos gatuchos, descubrí que no le gustaban los animales, solo los perros que le regalaban.

Definitivamente crecimos los niños llorones, y juré que cuando tuviera mi propia casa con mis propios niños llorones, tendría mis propias mascotas y nunca las iba a devolver. No me imaginé que me estaba poniendo la soga al cuello.

Nuestra primera mascota propia fue una iguana bebé. Andreita tenía 3 años y estaba felíz con su bicho. Lástima que no le gustaba el arbolito de navidad donde la pusimos, ni los pedacitos de manzana que le dábamos, así que decidimos soltarla en el parque antes de que se ponga tiesa enfrente de la niña.

Nuestra segunda mascota propia fue Santa, una linda conejita. Andreita la amaba tanto, que la perdonó cuando se le comió la nariz a su muñeca. Un día se quebró la pata y empezó a enfermarse. Ya no saltaba, ni se comía las narices de las muñecas. El veterinario dijo que lo mejor era hacerla dormir. Nos despedimos de ella y le pusimos la inyección que la llevaría eternamente a prados verdes rodeados de jugosas zanahorias. No se qué pasó, pero el viaje al más allá tendría que esperar, porque en lugar de dormir plácidamente, empezó a convulsionar sin control. Aterrados la llevamos donde un experto en conejos: El Gordo de María. Allí no sé qué le hizo pero nos la entregó en una cajita dormida plácidamente en los pastos verdes (si sé que le hizo pero mejor no quiero contarlo)

Años después llegó Camila, la golden retriever. Todo iba perfecto, hasta que la buena de mi vecina decidió meterse en el proyecto “Adopta a un perro sarnoso y con garrapatas”. Los bichos se pasaron de su muro al mío, y la pobre Camila terminó con Babesiosis. Su tratamiento llevó muchos años pero finalmente se recuperó. No puedo decir lo mismo del patio de la casa, que aunque le pusimos todos los químicos que existían en el mundo, solo con un lanza llamas se podría haber acabado con tal plaga. Debo decir que la casa era alquilada, y no estamos en las oraciones de los dueños.

Camila pasó los últimos años con nuestra familia en la playa, no porque se haya muerto, sino porque la secuestraron, todo por culpa de Toño, quien sería a partir de entonces mi propio El Malo. Un día, entre chiste y no chiste, le dijo al cómplice guardián: “Si alguien se quiere llevar a la perra se la da no más”, y el guardián obedeció.

Muchos años después encontramos a un gatito callejero llorando en la calle y decidimos adoptarlo. Era tan chiquito que le tenía que dar la leche en gotero. Unos días después Toñito trajo a Campanita, una gata persa hermosa, que destronó al pobre gatuchito, que se veía más feo que antes. Regalamos desalmadamente al gatucho y nos quedamos con Campanita.

Ahora la vida de Campanita es como la nuestra, entre la playa y la ciudad. En la playa se ha lanzado cinco veces del balcón (4 tortuosos pisos). En la ciudad vive en una planta baja, y todavía no entiende cómo se le desapareció el mar cuando se asoma a la ventana. Pero aquí sigue hasta el día de hoy, acompañándonos en la loca tarea de ser nuestra mascota, y aunque las tácticas de suicidio no le han funcionado, estoy segura que lo seguirá intentando.

2 comentarios:

  1. Mami alguien puede estar planeando demandarnos por maltrato animal :( jajajajajaja

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  2. Que horror, que le hiciste al pobre gatuchoo?? jajaja

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un café siempre da de qué hablar...