lunes, 28 de septiembre de 2009

Sí señor, soy adicta


Descubrí dos cosas que tenemos en común Amy Winehouse y yo. A las dos nos encanta delinearnos un rabito en el párpado. Claro, el mío no es tan escandaloso, pero era blanco de las críticas de mis hijas, hasta que la Amy lo puso de nuevo de moda. Lo único que sé es que desde que me comencé a maquillar a los 14 años hasta el día de hoy NUNCA lo he traicionado. Mi rabo y yo somos inseparables.
La otra cosa en común con la Amy es que somos adictas, ella a todas las drogas inhalables, inyectables, fumables, masticables, etecé, etecé, y yo solo a las pastillas.
Me di cuenta de que tenía un grave problema cuando un día me dieron las 2 de la tarde de un día lunes, y seguía en pijama, no había sacado nada del congelador, los platos del desayuno seguían en el comedor, y se escuchaba el motor de la camioneta que llegaba con tres niñas y un esposo muertos de hambre.
No otra vez!, pensé. Volé a lavar medio medio el arroz y conecté la olla arrocera (Dios tenga en su gloria al señor Oster!), el pollo en el microondas se descongeló rapidito. Abrí una lata de menestra Facundo y listo, en lo que les tomó subir los 4 pisos ya estaba oliendo a comida. Mi cargo de conciencia no fue que ese día tomaron solo agua, sino que llevaba algún tiempo haciendo el mismo ritual casi exacto, y la familia ya empezó a sospechar que me hallaba en algo cuando comieron enlatados casi 10 días seguidos.
Un día mi amado Toñito llegó sin avisar, creo que empujó el carro desde la esquina porque no lo escuché, y en el momento menos oportuno, cuando engullía la mayor cantidad de pastillas que había tomado jamás, entró tirando la puerta y clavó sus ojos en los míos con un “¿¿Qué está haciendo??” fulminante.
Y es así como llegó el final de mi secreto. Mi adicción había sido expuesta. Todos en mi casa se enteraron que era adicta a las pastillas del Pacman. Ese vil y antiguo juego ochentero me atrapó una vez más como hace 28 años cuando lo jugué por primera vez. Sí, es verdad, lo reconozco, me obsesioné con todas las versiones y en casi todas logré un record espectacular.
Odié a Blinky hasta que aprendí a leerle la mente, luego cada pantalla se convirtió en toda una aventura. Cuando ya no pude avanzar más en esa versión, me bajé una a mi teléfono, y jugué y gané hasta que dañé la bolita y se circuitó la pantalla. No podía parar. Hasta soñaba en una nueva ruta de escape.
Me estaba volviendo loca. No comía, mentira si comía. No dormía, me levantaba a las 7 y algo y me acostaba a las 1 y algo de la madrugada. Me volví estreñida por aguantarme, y el teléfono podía romperse de tanto sonar que yo no lo contestaba.
Pero lo superé. Mi adicción terminó. Yo solita me lo propuse y lo hice, igualito a cuando dejé el cigarrillo, así sin más ni más de un día al otro.
Yo tengo 130 días sin Pacman. “Te queremos”. Aplausos por favor.

4 comentarios:

  1. Hay ojos y ojos para el rabo aquel. A unas les queda bien, a otras ñah.

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  2. El pac-man es una besstia. Ostentaba un peleadísimo primer puesto en el waka waka hasta que les jodieron con los derechos y tuvieron que rediseñarlo. Luego reaapareció y el pacman era una especie de pulpo constructor perseguido por extraterrestes.... q te diré.
    Saludos.

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  3. Escribes de maravilla

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un café siempre da de qué hablar...