miércoles, 26 de junio de 2013

Los tesoros de Michelle

Saliendo de Playa Jiquiliste por aquel camino tortuoso, y a unos 40 kms de Managua, hay un pueblo llamado Catarina, allí encontramos un restaurante y locales de venta de artesanías.

Algún recuerdito típico de Nicaragua debía llevarme, asi que la parada técnica incluyó curiosear un poco y descubrir a un hombre sencillo con un enorme talento.


















El es Erwin Ocampo, nunca recibió educación formal y todo lo que hace lo aprendió de sus padres y abuelos.

Entre los colores brillantes y formas infinitas, vi a una pequeñita que se escondía detrás de su papá, sin soltar un chanchito de orejas rotas. Es Michelle, la menor de 8 hijos, y entre risas sus padres me dicen que esperan que sea la última.


Michelle tiene dos años, y su día se alegra cuando sus papás la alistan y la suben a la moto para recorrer más de una hora y llegar a su lugar de trabajo, en donde pasan juntos hasta anochecer. 

Luego de algunos intentos fallidos de acercamiento, logré que me enseñara sus juguetes, adornos que en alguna travesura rompió, y ahora los cuida con recelo. 

Mientras su papá se esmera en sacarle brillo a todas las artesanías para convencerme de llevar mas de una, Michelle se sienta a envolver su querido chanchito, así como los ha visto hacer cientos de veces a sus papás.


Es como si supiera que eso significa que comerán mejor, tal vez se compren algo de ropa, o simplemente hagan mas creaciones, lo que sea que la mantenga pegada a ellos la hace feliz. 

Al final esta pequeñita dejó su timidez a un lado y me llevó a conocer sus pinturas, con las que empieza a pintar la gallinita que rompió. Le enseño mi cámara y sus fotos, y por fin me sonríe por primera vez.


Me despedí llevando conmigo algunas de las creaciones de este talentoso artesano, y al llegar a la casa y sacarlas con cuidado, encuentro mal envuelto en periódico adentro de una vasija, un jarroncito con el dibujo de un colibrí. Fue el regalo que me dio la pequeña Michelle, tal vez por hacerla sonreír.


Otro tesoro para mi colección.



Personajes vol. 1 - Cristina y sus pasiones

Te ofrecen dos opciones: un viaje por 12 días recorriendo tres países de Europa, o por el mismo valor, quedarte en una playa en un pueblo recóndito de Nicaragua:
a. Europa
b. Nicaragua porque eres masoquista
c. ninguna

Bueno, elegí la B, y no por masoquista sino por buena madre, que vendría a ser lo mismo después de todo.

Ante la muy remota posibilidad de que algún nica llegue a leer esto, debo aclarar que no tengo nada en contra de su país, menos de su amable gente, mas bien mis horrendos días allá fueron gracias a mis propios compatriotas y un brasilero de mala muerte, pero esa es otra historia.

Ya instalada, y sabiendo que me costaría más caro regresar que quedarme, decidí sacarle provecho a esos 500 metros de playa y dedicarme a sacar fotos y descubrir historias.

Así fue que conocí a la primera protagonista de este Nica-Café.

Ella es Cristina, una española aventurera que llegó a Nicaragüa de paso y se quedó atrapada por la sonrisa cálida de los niños a los que les enseña con títeres a leer, y del hombre que aprendió también gracias a ella. 
  
                                             
                 


Vivió en un circo de México yendo tras su hija quien necesitaba sentir y vivir la misma libertad de su madre. Allí, luego de algunos meses de extrañas situaciones y graves abusos, entendió que el mal llamado circo era en realidad una especie de secta orquestada por un frustrado aprendiz del Cirque du soleil que tenía embrutecidos a todos, y antes que su hija acabara como una jovencita suicida, se la llevó corriendo de allí.

El pueblo de Nicaragüa que eligió es muy pobre y no se va por pena y amor, mala mezcla. Sobrevive vendiendo sus hermosas creaciones a los pocos turistas de la zona, y así fue como nos conocimos y compartimos cafés e historias. 

Ver su cara iluminada y su sonrisa enorme mientras me cuenta de sus pequeños alumnos, me trasladó a esos años en los que yo también sentía lo mismo enseñando con mis títeres y las obras de teatro, y entendí por qué no se iba de allí, aunque la comuna no le diera ni hogar ni alimentación a cambio de su entrega y paciencia gratuita. Por eso le di el consejo de mi amigo Hans: "el voluntariado no es sostenible, no te sientas culpable por dejar esto atrás, hay mucho más de lo que te imaginas por delante".

Al final nos despedimos con un abrazo, un cruce de mails y promesas de intercambiar ideas y cuentos para sus niños. 

Mientras escribo esto, ella deberá estar emprendiendo su viaje a México, en donde acompañará a su hija en el nacimiento de su bebé, su primera nieta y muy seguramente otra talentosa aventurera.

Me llevo de recuerdo sus fotos haciendo una de sus pasiones, sus historias compartidas, y un regalo que me hizo por mi cumpleaños, un anillo tejido en forma de infinito alrededor de una obsidiana negra, lo que significó para mi mucho más de lo que representa: poder, justicia y buena suerte.