Lo que más me gusta de la Navidad es que se pueden tapar los
daños de la casa con adornos navideños y nadie se da cuenta. Por ejemplo,
gracias a mi gran árbol lleno de luces y colores, pude por fin esconder
creativamente una viga que asoma de la pared mordisqueada por una mascota fugaz.
Los filos de la madera destrozados de los muebles (también
víctimas de las mandíbulas del labrador en crecimiento) pasan desapercibidos
gracias a los renos, los soldaditos y las estrellas de la sala. Esa es la magia
de la Navidad.
Y como ese espíritu navideño que se oye y lee por todos lados
se me contagió un poco, decidí que al arbolito le faltaba estar coronado por una
hermosa estrella, y empecé a pedirle al más alto de la casa que la ponga. Tonta
yo, luego de 22 años juntos ya debía saber que los arreglos de la casa no se le pueden pedir con el encanto navideño en la voz a alguien tan relajado, así que luego de semanas sin estrella, decidí no perder la calma y ponerla yo sola. ¿Qué tan difícil podía ser?
El árbol está pegado a una ventana y alado de un murito de
poco menos de 1 metro de alto y 40 cms de ancho. Me trepé al muro, y mientras
equilibraba con una mano en la ventana y sostenía con la otra la pistola de
silicón, intenté pegar en el techo la estrella que colgaba de mis dientes, con
tan mala suerte que se me resbala la mano de la ventana y veo pasar mi vida en
3 segundos.
Alcancé a saltar hacia el otro lado para no caer encima del
maldito árbol y terminar con los foquitos de colores incrustados en el ojo, y
caí de pie sobre el lindo tapete rojo que tengo debajo del árbol, y así, como
cuando un mago saca el mantel de golpe para que no se le rieguen los menjurjes,
así igualito parece que el Grinch me sacó el tapete, pero la diferencia es que yo sí me resbalé y fui a caer con todo el poder de mi peso sobre el filo sonriente de mi mesa de sala.
El impacto total fue en mi pierna derecha. No puedo explicar el
dolor, pero mayor era la vergüenza de que alguien me vea tirada en el piso, retorciéndome
y maldiciendo como poseída, con una pistola de silicón en la mano, una estrella
en la boca y renos y PapaNoeles descabezados por todos lados, así que me levanté lo más rápido
que pude y me alejé de la ventana cojeando como el jorobado de Notre Dame, pero bien digna.
El morado no se hizo esperar, se extendió a lo largo y ancho
generosamente, y ahora luego de 4 días, ya está empezando a tener otros colores
más navideños. Mi papá dice que agradezca que no soy 20 años mayor porque me
hubiera quebrado un hueso, pero yo creo que hay que agradecerle a las libras de
más, porque la verdad es que aquí mi fémur está a buen resguardo.
La mugrosa estrella quedó colgada sin pena ni gloria de una
rama medio partida, y la verdad es que ahora mi pierna combina muy bien con los colores de la decoración.
Al final lo que más importa no es si tienes quien te
cuelgue la estrella, sino quien te bese el morado con amor,
comprensión y ternura, y al resto de la tribu reunida llorando de la risa
imaginándose la escena.
¡Ese es el verdadero sentido de la Navidad!
Hey Baronesa... a los tiempos que paso por tu blog. No te imaginas lo mucho que me he reído, no por malo sino por cómo describes lo que te pasó.
ResponderEliminarAfortunadamente, no pasó nada grave. Al contrario ya tienes una anécdota más para el recuerdo.
Feliz Navidad. Un abrazo.
No te culpo, yo sigo riéndome! Gracias por pasar por aquí :)
ResponderEliminarUn abrazo