Hay cientos de cosas que he
dejado de escribir, en parte porque me robaron la computadora y recuperarme del
coraje de haber perdido la mitad de mi vida en fotos toma su tiempo, y aunque
esta casa parece un cyber, cada maquinita tiene la maña de su dueño. La de la
María menor por ejemplo, no tiene Word asi que tengo que usar la versión online
con sus terribles limitaciones, y si abro más de dos pestañas al mismo tiempo
se apaga. Ella dice que no es ningún virus por ver películas en SeriesPepito,
sino porque vino con defectos de fábrica, o sea la computadora. La de la María
mayor es una Mac, y no entiendo a donde se me va todo cuando aplasto algo que
no debí aplastar. La del esposo está en inglés y tengo que ir tecla por tecla
hasta descubrir la ñ o el signo de interrogación, información que
inevitablemente se me olvida en el siguiente párrafo.
Pero bueno, ahora con algo de
tiempo y aprovechando la ausencia de personal, voy a armarme de paciencia con
la menos mañosa, sentarme relajadamente en mi balcón con un cafecito caliente y
a ver que sale.
La historia del robo es bastante
fuerte, sobre todo luego de descubrir que estuve algunos minutos sola con el
ladrón dentro de la casa, pero también creo que fue algo necesario. Ese robo
cerró por fin una etapa.
Ya desde hace algún tiempo no me
sentía bien en esa casa, era como si el buen ánimo se estuviera escapando por
alguna rendija. Había tantas reparaciones por hacer y nunca alcanzaba el tiempo
ni las ganas. La gente alrededor no era agradable, y la verdad yo tampoco. ¿Sería que la casa, que
antes de nuestra llegada tuvo su historia novelesca me estaba absorbiendo?
No creo en espíritus chocarreros. Ya este mundo es lo suficientemente terrorífico para que encima veamos adefesios
de ultratumba, además siempre he pensado que de existir los demonios me han de
tener miedo a mí. Sin embargo, la mala vibra es real, y viene de las entrañas
de la gente vivita.
Ese sábado fue el primero en años
que no fuimos todos a la playa. A última hora me quedé acompañando a la María
mayor que tenía algunos trabajos pendientes de la Universidad, y el esposo se
fue con las Marías menores a un campeonato en el norte.
Luego de pasar fuera todo el día,
regresé en la noche a la casa. Cuando abrí la puerta escuché un ruido que venía
del segundo piso, como de cosas cayéndose. No le di importancia, convencida de
que eran mis gatos rompiendo algo, así que entré, cerré la puerta y caminé
hacia la cocina. Fue allí cuando vi la puerta corrediza del comedor abierta. Estaba
casi segura de haberla cerrado al salir, y mientras dudaba, escuché otro ruido
arriba, como de alguien corriendo.
Me acerqué intrigada a la
escalera y prendí las luces de la casa. Definitivamente mis gatos
no tienen botas, así que algo raro estaba pasando. Mi instinto fue subir las
escaleras, pero el sentido común me hizo preguntar: ¿Hay alguien arriba?
Silencio total. Segundos después el correteo y cosas cayéndose al piso retumbaron en mi cabeza como un
grito que me decía ¡HUYE TONTA!
Salí corriendo y me paré en
frente de la casa pensando ¡Qué carajo! ¿Será verdad que aquí penan? Así era mi
fe en la humanidad... Hasta que vi a un tipo con su botín saltar por la ventana de mi cuarto al techo del garaje, pasarse a la casa del vecino,
correr por un bordillo hacia atrás, y lanzarse al manglar donde se une el muro que separa las casas de un brazo del Estero Salado, allí donde descansa en paz
Campanita.
Este profanador me remeció el
piso, y no por las cosas que se llevó, sino por los demonios que dejó junto a
su afilado cuchillo en mi cama.
Luego tuve que lidiar hasta las 3
de la mañana con un grupo de policías expertos en huellas
dactilares que me llenaron de polvo negro la casa, aun
cuando les dije que el cuchillo no era mío y las únicas huellas que debía tener
eran las del ladrón. Tonta yo, igual cubrieron la casa de forma técnica, exhaustiva, metódica y rigurosa por si los gatos eran
cómplices, y entre escena y escena me pedían que los apoye porque no tenían ni
para la gasolina.
Las visitas y llamadas de los
guardianes del orden se extendieron semanas, hasta que se convencieron de que
yo soy una ciudadana que quiere creer que los servidores públicos deben hacer
su trabajo sin propinas, solo allí me dejaron en paz y no tuvieron más
sospechosos queriendo colaborar. Mágico mi país.
La administración de la ciudadela
fue otra joya. Resulta que yo fui la culpable por no tener blindaje
electrificado en mi casa, o por lo menos un Pitbull, y no fue necesaria la
investigación porque según me indicaron con vehemencia, el dueño de la empresa
de seguridad es un Héroe del Cenepa. Aplausos
masivos.
Esa payasada fue peor que el robo, así que decidí que ya fue suficiente en ese lugar, y enfocada en lo que quería, encontré este espacio que nos encanta, rodeado de árboles, leyendas y muchos gatos.
No me agrada que el señor Roper
sea admirador de las FARC, tanto que su gato favorito se llama Mono Jojoy en honor
al guerrillero, pero fuera de eso creo que es inofensivo. Aun así no simpatizamos
mucho, él dice que soy muy intensa, y tengo razones para creer que le habla mal de mi a los vecinos.
No estaremos mucho tiempo por aquí, pero mientras tanto disfruto de los
techos altos, del altillo convertido en un Boho-Room, de los desayunos en mi
enorme balcón, del bosque y de la red wifi de la alcaldía.
Aquí me siento de
nuevo una Mom in wonderland.
Llegué aquí curioseando, luego de leer lo del Mi Comisariato, me ha gustado mucho lo leído. ¡Buen café!
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